«¿También vosotros queréis marcharos?», pregunta Jesús, con el corazón roto. El Maestro ha terminado el discurso sobre el «pan de vida»: ha anunciado su sacrificio redentor y se ha ofrecido generosamente como alimento de salvación para todos los hombres. Sus palabras escandalizan y provocan en la multitud la duda y la desconfianza. Algunos, incluso murmuraban: Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso? Los discípulos temen por la popularidad del Maestro y les gustaría que hablase un discurso más fácil, más demagógico: prefieren que multiplique los panes y los peces… el pan fácil que alimenta el cuerpo y que no hablase de ese otro pan: «pan de vida», que alimenta el espíritu.
Jesús, ante las murmuraciones de los discípulos les increpa: ¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? La discusión sobre el pan se convierte en un discurso provocativo sobre la fe: Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen. El Evangelio, señala con laconismo: muchos discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Esta desbandada es la consecuencia de un programa de vida exigente que no admite rebajas. Jesús no es un demagogo que busque adeptos, hartos de comida; sino, un Maestro que busca discípulos, hambrientos de aprender. El demagogo engaña, el maestro enseña; el demagogo provoca adhesiones superficiales, el maestro suscita el seguimiento libre, y sacrificado si es necesario, del discípulo; el demagogo simplemente promete pan, el Maestro Jesús un alimento de vida eterna. Y lanza una pregunta inquietante a los suyos: ¿También vosotros queréis marcharos? El Maestro pone a prueba, con esta pregunta, a los más íntimos: aquellos que compartieron con Él el éxito de la multiplicación de los panes y que tuvieron que esconderle cuando le quisieron hacer rey; los mismos que, también, han oído este sorprendente discurso sobre el «pan de vida».
La respuesta, en boca de Pedro, es tajante: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Y remata con una confesión de fe: nosotros sabemos y creemos que tú eres el Santo de Dios. Su respuesta no es de adepto, sino de discípulo: Pedro ha conocido al Maestro, se ha enamorado de él y de su doctrina, y está dispuesto a seguirle, aunque se quede solo e incluso le tomen por loco. El demagogo es abandonado por los seguidores cuando se presenta la primera adversidad; el verdadero maestro, siempre tendrá discípulos fieles. Jesús es nuestro Maestro y nosotros sus discípulos. Hoy, ante el abandono de tantos, debemos preguntarnos si somos fieles al Maestro, si somos capaces de responder, como Pedro: ¿Señor ¿a quién vamos a acudir…?”
Tuit de la semana: Es Jesús quien me invita cada domingo a la fiesta fraterna de la Eucaristía. ¿Acudo con ilusión o falto a la cita, escudándome en excusas fáciles?
Alfonso Crespo Hidalgo