El Evangelio nos narra que los discípulos estaban reunidos en una casa, con las puertas cerradas por miedo…; y de pronto entra Jesús y les saluda con el gesto amigo, casi cómplice: Paz a vosotros. Y ellos se llenaron de alegría. Y les dijo: Recibid el Espíritu Santo… Celebramos la fiesta de Pentecostés, que cierra este sagrado tiempo de cincuenta días que discurre desde los albores de la Pascua. Pentecostés, es la fiesta que celebra el don del Espíritu Santo a los Apóstoles, los orígenes de la Iglesia y el comienzo de su misión a todas las lenguas, pueblos y naciones.
Dice el evangelista Juan que estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo…, pero que la presencia del Resucitado rompió las cadenas de su temor y convirtió en misioneros audaces a los que hasta poco eran medrosos refugiados. La fuerza del Espíritu, convierte el corazón del hombre en un corazón joven y arriesgado.
Pentecostés es la fiesta «de la fuerza que viene de lo alto». En Pentecostés, la fuerza del Resucitado se convierte en aliento misionero: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo, exclamará Jesús antes de partir para el Padre. Y les envía para perdonar y enseñar. «Dejarse llevar por el Espíritu», es el secreto del seguimiento de Cristo. Pablo lo indica con palabras concretas: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Pero este dinamismo, que conforta el alma y da valentía para vivir, se convierte a su vez en fuerza evangelizadora. El Espíritu nos hace misioneros del Evangelio, sin miedo.
Por sus frutos los conoceréis, reza en el evangelio, en palabras de Jesús. Y este dicho se ha convertido casi en un refrán popular. Podemos acercarnos más a un conocimiento del Espíritu a través de sus frutos, de los llamados «dones del Espíritu Santo». Son siete dones: la sabiduría, que es «saboreo de la grandeza infinita de Dios»; el entendimiento, o «la penetración en sus misterios de vida»; el consejo, como «la prudencia del sabio»: saber hablar y callar a tiempo, y actuar consecuentemente; la fortaleza, ante la adversidad y la duda, como fruto de una fe viva; la ciencia, como medio para descubrir en el poder del hombre el infinito poder de Dios: la creación está al servicio de la persona, imagen de Dios; la piedad: «contemplación reverencial de Dios», que provoca un inmenso amor por sus criaturas; y el temor de Dios, que no es el miedo sino «descubrir nuestra finitud y la grandeza de Dios»: solo Dios es Dios.
Es hoy necesario abrir las puertas del miedo a la valentía. El Espíritu del Señor es nuestro mejor aliado.