San Pablo, el profeta de la Iglesia naciente, da un grito de exclamación: ¡Dejaos reconciliar con Dios! Podría ser este el slogan de la Cuaresma que comenzamos. Hoy es Miércoles de Ceniza. La Iglesia nos invita a recorrer cuarenta Dios, que pueden ser cuarenta momentos de gracia, en los que Dios sale a nuestro encuentro, como el Padre de la parábola, buscando al hijo pródigo que se fue, o corrigiendo al hijo mayor, que nunca se fue de casa, pero nunca vivió un amor desinteresado al padre y al hermano.
Cuaresma es un tiempo de gracia. Dios se acerca aún más, lleno de benevolencia, para decirnos: ¡A pesar de tus desaires, te sigo amando! Mi amor es más fiel que tu desdén.
A todos, en esta Cuaresma, se nos ofrece una nueva oportunidad para el encuentro con el Señor. Es un tiempo de gracia para la conversión. Conviértete y cree en el Evangelio, se nos dice al imponernos la ceniza en la frente. Es una llamada de atención llena de cariño paternal, pero también desde la exigencia del amor.
El símbolo de la ceniza nos emplaza a pedir perdón: a Dios y al hermano. Pedir perdón es aceptar que somos pecadores. Pero no es un simple sentimiento de culpa: me he fallado a mí mismo, a mis proyectos. No. Pecamos y sobre todo le fallamos a Alguien que esperaba más de nosotros. Por ello, uno se arrepiente ante Alguien al que siente que ha ofendido. Los creyentes nos situamos ante Dios pidiéndole perdón, con la confianza de que vamos a ser perdonados.
La conversión es un camino de vuelta a la casa del Padre, que nos espera y estrecha en un abrazo de perdón. Y el perdón recibido provoca en nosotros el deseo de obsequiar a quien nos perdona y a aquellos que él ama. Por eso, el perdón engendra amor. Pero un amor discreto: no hagas el bien para que te vean los hombres, sino para ser visto por Dios que ve en lo escondido del corazón.
Tres grandes acciones podemos practicar en este tiempo favorable de Cuaresma: Son acciones que ha hecho la Iglesia desde los primeros tiempos: oración, ayuno y sacrificio. Primero, incrementar nuestra oración. Acudimos a Dios pidiendo fuerzas para realizar en nosotros mismos la reforma cuaresmal, para cambiar radicalmente nuestras formas de ser. Segundo, el ayuno, que tiene un contexto más profundo y esencial que la simple abstinencia de alimentos. Es el ayuno del hombre viejo, el ayuno del pecado y el egoísmo, la renuncia a los propios caminos para abrazar los de Cristo. Y la abstinencia: no es el hecho de no comer carne lo que más ha de importar sino el espíritu con que se realiza. Un pequeño sacrificio, una abstinencia de TV en la vida tan cómoda que llevamos, no viene mal.
Cuaresma, tiempo de gracia, Dios sale a nuestro encuentro. Ahora la piedra está en nuestro tejado: ¿Dejaremos que en este tiempo favorable de Cuaresma Dios salga a nuestro encuentro y nos abrace como hijos?