
Así lo afirmamos en el Credo: «Creo en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo». Cada año esta fiesta de la Trinidad despierta en el hombre esa pregunta cargada de incógnitas: ¿Quién es Dios? Y la respuesta, a veces se hace más difícil, quizás porque cada vez queremos encontrarla más a partir de nosotros mismos y de nuestra propia capacidad, en vez de escuchar a Dios.
No nos damos cuenta que cuando queremos «racionalizar» a Dios o reducirlo a un resultado evidente de un sistema filosófico, nos situamos fuera del terreno en el que Dios se nos ha hecho accesible… Por eso muchos rechazan a Dios como algo incomprensible y lejano a su vida personal y comunitaria.
A todos se nos impone una tarea frente al misterio de Dios: descubrir en cada momento el verdadero rostro de Dios mirando cómo ha actuado con los hombres. Sólo a partir de la Historia de la Salvación realizada por Cristo, y llevada a término por el Espíritu, es posible comprender el sentido de Dios para nosotros y para la vida de una comunidad.
Le conocemos más por lo que ha hecho por los hombres, que por lo que Él es en sí. Se ha hecho lo suficientemente cercano como para que creamos en Él, y es lo suficientemente misterioso como para que le busquemos siempre. La fe se hace amor, porque el amor es la respuesta más auténtica a quien sabemos que nos ha amado.
El Misterio de la Trinidad no significa un concepto abstracto y lejano de Dios. Es precisamente lo contrario: Dios se manifiesta actuando en medio de los hombres, por medio de Cristo y en el Espíritu, para hacernos participar de su vida comunitaria y manifestarnos su cercanía en medio del mundo, en sus acontecimientos y en su vida.
Toda vida comunitaria debe plasmarse a imagen de la vida comunitaria de Dios. Somos la familia de Dios y no podemos olvidarnos de que Él es nuestro Padre, de que Cristo es el Hijo en el que todos somos «hijos de Dios» y el Espíritu es el que mantiene y profundiza, por el amor, nuestras relaciones filiales. No hay verdadera comunidad cristiana donde no existe verdadera vivencia del amor. Comunidad parroquial o diocesana, religiosa o seglar, de cofradía o catecumenado, de dos amigos o de un grupo cristiano, la misma familia, es algo más que un grupo sociológico cuando media la fe. Es signo, si hay caridad, del amor de Dios trinitario.
Si las relaciones de Dios son relaciones de amor, también lo deben ser las nuestras. Por eso, siempre iniciamos cada día y nuestras tareas, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.