
Jesús ha elegido ya a sus más íntimos colaboradores: el grupo de los Doce apóstoles es ya un equipo consolidado de discípulos. Como Maestro, comienza una lenta enseñanza. Los irá adentrando en los misterios de su Persona y preparándoles para anunciar el Reino de Dios.
Seguramente algún discípulo le preguntaría: Maestro, sabemos quién eres tú. Pero nosotros, que te seguimos, ¿cómo tenemos que ser? ¿Cómo debemos actuar? Jesús, como buen pedagogo, le responde con ejemplos sencillos: «ser discípulo es ser como la sal; ser discípulo es ser como la luz». Dos imágenes cotidianas, pero llenas de significado.
La sal es hoy un producto barato y de fácil obtención, en otro tiempo fue muy valorado y motivo de un auténtico comercio entre naciones. Pero la sal, si pierde su sabor, sólo sirve para ser tirarla y pisoteada. La luz, a su vez, tiene como función primordial alumbrar: hacer que brille la verdad y que cada rostro pueda ser reconocido: No se enciende una vela para meterla debajo de la cama.
El discípulo del Señor está llamado a ser sal y luz. Como la sal se mezcla con los alimentos, el discípulo, conviviendo en medio del mundo, tiene que dar sabor y conservar el gusto por la vida verdadera: condimentar con los valores del Evangelio los afanes y tareas de los hombres y mujeres con los que convive. La sal del Evangelio humaniza la vida, la llena de sentido y la conserva hasta su destino final: la vida eterna.
El discípulo es, también, luz: un foco que ilumina los caminos del mundo y orienta al viandante en la dirección correcta: con su estilo de vida es luz, un ejemplo a seguir, para quien anda desorientado. Nos dice el Salmo que el justo brilla en las tinieblas como una luz. El cristiano coherente con su bautismo, se convierte en luz que denuncia las tinieblas del mundo: el pecado de egoísmo, la soberbia, la injusticia, la explotación del otro.
Ser sal y ser luz, le supone al discípulo del Señor romper la aparente «normalidad» del mundo. Un mundo que ha perdido sabor, porque las relaciones humanas se han convertido en sólo relaciones comerciales: «tanto tienes, tanto vales». Un mundo que interesadamente anda en tinieblas, porque la luz denuncia los rostros heridos de tantos hermanos nuestros que viven en la pobreza, en la marginación, en el abandono. La sal y la luz, son una invitación a construir un mundo nuevo, donde cada uno es hermano del prójimo.
La tarea del discípulo es extender la doctrina del Maestro. Anunciar por los caminos del mundo, que Dios quiere salvarnos, y pide que cada uno de nosotros le ayudemos siendo sal y luz para los hermanos: que rompamos la sosería del egoísmo en el que nos auto complacemos y alumbremos con la antorcha de la caridad a un mundo que anda a la deriva.
Si lo hacemos, si compartimos el pan, si damos cobijo, si vestimos al desnudo, como dice bellamente el profeta Isaías: romperá la luz como la aurora y se curarán tus heridas.
Alfonso Crespo Hidalgo