Hemos oído tu aviso, Señor. Nos lo han dicho los profetas y los pastores; y María y José te han presentado ante los ojos asombrados de la gente sencilla y de los ilustres Magos de Oriente. Son muchos los siglos de historia, que nos dice que Tú estás entre nosotros. Pero aún nos queda la duda, siempre la duda: ¿Eres Tú el Mesías que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». Esta misma pregunta se la hizo ya Juan el Bautista, en la cárcel y mandó a sus discípulos para que se la formulasen a Jesús. Y esta pregunta se formula, hoy, el mundo.
El profeta Isaías nos describe cuales serán los signos que acompañarán al Mesías Salvador: «se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará, y volverán los rescatados del Señor, siguiéndole con gozo y alegría: pena y aflicción se alejarán». El profeta nos narra un milagro múltiple, un mundo que cambia, unos hombres que son liberados de sus ataduras: un pregón de alegría y gozo.
Por ello, ante la pregunta de los discípulos de Juan: ¿Eres Tú, el Mesías que ha de venir o tenemos que esperar a otro?», Jesús retoma las mismas palabras de Isaías y las propone en su boca como prueba de su identidad: Decidle a Juan lo que habéis visto: «los ciegos, ven, y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados.
Nosotros, incrédulos, nos preguntamos hoy: ¿ha cambiado realmente el mundo con la venida del Mesías? ¿Es posible el mundo al revés que predicó Isaías, que proclamó cercano Juan y que Jesús manifestó ya entre nosotros o es solo un sueño imposible? Es cuestión de ver si se siguen dando entre nosotros las mismas señales: ¿hay, hoy también, ciegos que ven, cojos que corren, y pobres que son evangelizados?
Nuestro mundo vive nuevas cegueras: la incredulidad, el agnosticismo, la indiferencia, el pragmatismo, el vivir al día… En nuestro mundo hay nuevos impedidos e inválidos: el desanimado, el parado sin esperanza, el drogadicto, el huérfano por abandono, el joven sin futuro. A nuestro alrededor se pasean nuevos sordos: el vividor, el estafador de corbata, el explotador del obrero, el político que se enriquece, el creyente mediocre…Y todos estos forman hoy el batallón de los «nuevos pobres», que necesitan la liberación del Evangelio. Ellos esperan, sin saberlo ni demandarlo, una voz salvadora que les diga: «levántate y anda»; que les susurre: «abre los ojos»; que les mande: «id y anunciad el Evangelio a los pobres».
Y aquí entramos en escena nosotros: Dios está aquí y hemos contemplado su rostro en Jesús de Nazaret, en Jesucristo el Señor; la gracia de Dios sigue actuando en nuestro mundo. Y Dios quiere servirse de nuestras manos, de nuestra voz, de nuestro corazón y nuestro entusiasmo para seguir haciendo los signos de su presencia y proclamar el Evangelio. No es tarea fácil; es un trabajo arduo y por ello el apóstol Santiago nos recomienda: ¡tened paciencia, hermanos y manteneos firmes! Isaías nos exhorta: fortaleced las manos débiles, afianzar las rodillas vacilantes; decid a los inquietos: «Sed fuertes, no temáis. He aquí vuestro Dios… viene en persona y os salvará».
Alfonso Crespo Hidalgo