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homilias

2 de Octubre de 2022

¡Hay que dar la cara!

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario

TEXTOS: Hab 1,2-3;2,2-4; Sal 94; Tim 1,6-8.13-14; Lc 17,5-10

¡Hay que dar la cara!

El cristiano de hoy está llamado a ser testigo. Este es el consejo que Pablo le da a Timoteo, un converso joven que ha sido consagrado presbítero por el apóstol y lo ha puesto al frente de la comunidad de Éfeso: No tengas miedo a dar la cara por nuestro Señor», le exhorta el apóstol. Y los tiempos que corrían entonces eran difíciles. Dar la cara por el Señor podría suponer, supuso de hecho para muchos, dar la propia vida en martirio.

La petición que hoy centra el evangelio de San Lucas: Señor auméntanos la fe, surge después de la enseñanza del Maestro sobre el perdón al enemigo. Es difícil perdonar, por eso es necesario tener una fe fuerte. La fe fuerte es la condición para poder perdonar y para dar la cara por el Señor. Damos la cara por alguien cuando nos fiamos de él. Y sólo quien vive en la fe, quien tiene fe como un grano de mostaza,  se reviste de la valentía suficiente para dar la cara por el Señor y del arrojo de perdonar, incluso al enemigo.

La exhortación de Pablo a su querido Timoteo, no es esta una recomendación superflua o trasnochada. A los cristiano de hoy nos falta valentía para dar la cara por el Señor en quien creemos. Para testimoniar públicamente: «soy creyente»; para proclamar que Jesús es el único Señor, y su Evangelio el estilo de vida que quiero seguir. Hoy no vale un cristianismo anónimo ni una fe encerrada en la sacristía o disimulada en una caridad confundida con mera filantropía.

Tenemos la tentación, los cristianos de hoy, de vivir como aquellos de los primeros tiempos: en las catacumbas. Pero, lo que en los primeros tiempos era una necesidad para alimentar la fe que terminó en el martirio de muchos, hoy se puede convertir en una manera de vivir cobardemente, escondiendo la propia identidad. Hemos metido la fe en la alacena de lo íntimo. Creemos que ser creyente es cosa de mi interior, de mi diálogo entre Dios y yo. Y nadie tiene que enterarse… Hemos confundido lo personal con lo privado y vivimos una doble vida: en privado me siento cristiano y en público vivo como si no lo fuera, o al menos no lo manifiesto. 

Pero ¿acaso puede quedarse escondido un auténtico amor? ¿No necesita el enamorado gritar su pasión a los cuatro vientos? La fe del cristiano es una cuestión de amor. Tener fe es manifestar que Jesús es el centro de nuestra vida, aceptarlo como Señor. Y ello exige proclamarlo. Y sobre todo vivir a la altura del amor que de Él recibimos. Si metemos la fe en el armario, si creemos que ser creyente es como hacerse un seguro de vida, lo hemos confundido todo. El creyente ha descubierto que Jesucristo es el Señor, por quien vale la pena dar la cara. Porque El la dio primero por nosotros hasta entregar la propia vida. Y lo expresó en uno de los epitafios más bellos: nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Y Jesús, quiere contarnos entre sus amigos.

Alfonso Crespo Hidalgo

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