En los dos domingos anteriores, se nos ha hablado del agua y de la luz, como signos de vida. Hoy se nos habla de la misma vida. Yo soy la Resurrección y la vida, dice el Señor. Así culmina una catequesis de iniciación a la fe: una iniciación al misterio de la fe que culmina en la aceptación del Bautismo.
«Os traigo vida abundante». Con este slogan publicitario podría construir Jesús una mayoría absoluta. Si hubiese un líder que ofreciera en su programa electoral la posibilidad de prolongar la vida más allá de la muerte, aglutinaría en su entorno un cien por cien de votos.
Y es que la vida es el don más precioso que tiene el hombre. De ahí que cuando la vemos peligrar se tambalea toda la estructura de nuestro ser. La enfermedad nos hunde con frecuencia en el desaliento, porque intuimos que la vida se nos escapa.
El evangelio de hoy nos muestra una escena peculiar: un enfermo que se está muriendo, su nombre es Lázaro. Es hermano de Marta y María, amigos de Jesús. Como en toda familia, ante la enfermedad se avisa a los familiares y amigos. Jesús es avisado: Tu amigo, Lázaro está enfermo.
Jesús se pone en camino. Pero advierte a sus discípulos: Esta enfermedad no terminará en muerte sino que servirá para gloria de Dios. Y recibe la noticia de la muerte del amigo. Los discípulos se sorprenden. Llegan ante la tumba y Jesús llora ante el amigo muerto. Los dolientes atentos exclaman: ¡Cómo le quería! Pero Marta le dice con tono recriminatorio: ¡Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no hubiera muerto!
Jesús responde: ¡Tu hermano resucitará! El silencio en este momento es realmente sepulcral. He aquí que de golpe se presenta ante nuestros ojos un hombre, con la apariencia de ser como nosotros, y que ante un muerto, exclama: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mi no morirá. ¿Crees tú esto, Marta?.
Y la amiga confiesa: Yo creo que tú eres el Hijo de Dios. Jesús con autoridad llama a Lázaro y el muerto resucita. El milagro más espectacular ha sido presenciado por muchos. Pero el milagro previo de la fe se ha operado en el corazón de Marta. Jesús pone la fe como barrera entre la vida y la muerte. La muerte aparente es vencida con la fe profesada en el Hijo de Dios.
Ahora se comprende el desafío de Jesús, al afirmar: Yo soy la Resurrección y la vida. Y este pasaje evangélico nos coloca a las puertas de la Semana Santa. En ella se realiza el milagro definitivo: Dios resucita a Jesús de entre los muertos. Y desde esta Resurrección, el hombre tiene esperanza de vida eterna.
Y la pregunta se dirige ahora a nosotros ¿crees tú esto?