
¡Este modo de hablar es inaceptable!, oye murmurar Jesús entre sus seguidores. El Maestro ha terminado el discurso sobre el Pan de vida: la generosidad de ofrecerse como comida de salvación para todos los hombres, el anuncio del sacrificio redentor, escandaliza y provoca en muchos discípulos la duda y la desconfianza.
Los discípulos temen por la popularidad del Maestro y les gustaría que hablase con un discurso más fácil, incluso más demagógico: prefieren que multiplique los panes y los peces… el pan fácil que alimenta el cuerpo; y les gustaría que no hablase de ese otro pan: Pan de vida, que alimenta el espíritu.
El pan del cuerpo asegura la supervivencia, el pan del Cuerpo del Señor asegura la vida, y vida eterna. Pero es también el pan partido y repartido de la fraternidad, de la coherencia de la vida; de vivir en la vida de cada día lo que se celebra en la Eucaristía: el Sacrificio redentor de Cristo y la convocatoria a la asamblea de la hermandad de los hombres.
Jesús, ante las murmuraciones de los discípulos les increpa: ¿Esto qué os digo os hace vacilar? Pues veréis cosas mayores: veréis al Hijo del Hombre volver a donde estaba… Es la provocación de la fe: creer sin ver.
Y muchos discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con él, dice lacónicamente el Evangelio. Esta desbandada es la consecuencia de un programa exigente que no admite rebajas. Jesús no es un demagogo que busque adeptos, sino un Maestro que busca discípulos. El demagogo engaña, el Maestro enseña. El demagogo provoca adhesiones espontaneas pero superficiales, el Maestro provoca el seguimiento libre, y sacrificado si es necesario, del discípulo.
Y Jesús interpela a los suyos: ¿también vosotros queréis iros? El Maestro pone a prueba con esta pregunta a los más íntimos, a aquellos que han compartido con Él el éxito de la multiplicación de los panes y los peces, aquellos que tuvieron que esconderle cuando le quisieron hacer rey.
Y la respuesta, en boca de Pedro, es tajante: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Sólo tú tienes palabras de vida eterna. La respuesta de Pedro es respuesta de discípulo. Ha conocido al Maestro, se ha enamorado de Él y de su doctrina, y está dispuesto a todo: a seguirle incluso aunque se quede solo, aunque le tomen por loco. La diferencia entre un demagogo y un Maestro está precisamente en esto: el demagogo, se queda solo ante la primera dificultad; el Maestro, siempre tiene discípulos fieles.
Jesús es nuestro Maestro y nosotros sus discípulos. Pero, tenemos que preguntarnos si somos capaces de responder, como Pedro: Señor ¿a quién iremos…?