El sabor de la Navidad está aún en nuestros labios. Hemos comenzado un año nuevo bajo la protección de María, Madre de Dios y Madre nuestra. Mañana celebraremos la fiesta de Epifanía, volveremos a la inocencia de nuestra niñez, esperando el regalo inesperado. Y en medio, se ha colado este Segundo domingo después de Navidad. Como un regalo inesperado de Reyes, en la segunda lectura escucharemos un hermoso himno de la Carta de san Pablo a los efesios.
Casi siempre, en las lecturas de los domingos ponemos nuestra atención en el Evangelio. Como el relato evangélico de hoy lo proclamamos ya el día de Navidad, fijemos nuestra atención en la segunda lectura, de la Carta a los efesios. Las cartas de san Pablo nos acompañan, con asiduidad e insistencia, a lo largo del Año litúrgico. Vamos a dedicar unas palabras al apóstol Pablo y a sus cartas. Antes, te invito a releer la segunda lectura de hoy, el hermoso himno de la carta a los Efesios.
Pablo tenía una táctica misionera: después de evangelizar una ciudad y dejar una comunidad constituida, marchaba a otra con la pretensión de llevar el mensaje a todo el mundo conocido. Pero no abandona el cuidado de la comunidad constituida, sino que la sigue acompañando: esta es la misión de sus cartas, hacerse presente. En sus cartas a los efesios, tesalonicenses, gálatas, colosenses, corintios… hay unas claves para asegurar la continuidad de las iglesias fundadas por él, para ayudar a superar las crisis y alentar su revitalización. Señalamos tres. La primera, la centralidad de Cristo: Él es el único mediador universal, Él es el único Salvador. Si se pierde la centralidad de Cristo en la propia vida y en la vida comunitaria surgen los conflictos. Segunda, la Iglesia es la casa, la familia de Dios. La familia supone aceptar la variedad de sus miembros y la peculiaridad de estos: no es la comunidad eclesial un club de selectos sino una familia que vive en comunión, en la que cada uno, desde la propia fragilidad, pone al servicio del otro los dones y carismas recibidos. Y tercera, la salvación otorgada por Cristo requiere por nuestra parte aspirar a ser santos, trabajando unas virtudes: la fe, la esperanza y la caridad, fundamento de toda vida cristiana; la oración y el espíritu de lucha, la obediencia, la paciencia y la mansedumbre; la fidelidad a la sana doctrina y la práctica de las buenas obras. También las virtudes humanas. El cultivo de las virtudes es camino de santidad.
Volvamos a releer el hermoso himno de la Carta a los efesios que hemos proclamado hoy y podremos constatar estas tres claves: la centralidad de Cristo en la vida del cristiano, la aceptación de la Iglesia como comunidad y familia de Dios con sus debilidades, y el deseo de santidad cultivando una vida virtuosa. Son el fermento de la vida de una comunidad que, aunque pase por períodos de frío invierno, siempre florecerá como primavera si, como aconseja el apóstol a los efesios, abre los ojos del corazón para comprender cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados por Dios Padre de Jesucristo: a ser sus hijos.
Las Cartas de san Pablo, las Confesiones de san Agustín y el Libro de la Vida de santa Teresa, son los libros cuya lectura han provocado más conversiones.
Tuit de la semana: Jesucristo es el centro de la vida de una comunidad cristiana. ¿Ocupa el centro de mi vida? ¿Puedo poner en mis labios el himno proclamado?
Alfonso Crespo Hidalgo