
San José es sobre todo un hombre virtuoso. Hemos contemplado su figura especialmente a lo largo del año pasado, dedicado especialmente a él.
Entre sus virtudes destacan: la fe, que en él se traduce en adhesión plena y valerosa al designio salvífico de Dios; la obediencia solícita y silenciosa ante las manifestaciones de la voluntad de Dios, a veces incomprensibles para él; el amor y la observancia fiel de la Ley, la piedad sincera, la fortaleza en las pruebas; el amor virginal a María, el debido ejercicio de la paternidad, el trabajo escondido.
Podemos decir que José es un «hombre con muchos valores».
La piedad popular comprende la validez y la universalidad del patrocinio de san José, «a cuya atenta custodia Dios quiso confiar los comienzos de nuestra redención y sus tesoros más preciados: su Madre y su Hijo». Es un santo popular, y concita la devoción de muchos: papas, sacerdotes, santos y cristianos de todas las condiciones. Muchas fiestas populares se celebran en torno a su día litúrgico.
El Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, sintetiza la misión de san José: «San José interviene activamente en los misterios de la infancia del Salvador: recibió de Dios la revelación del origen divino de la maternidad de María (cfr. Mt 1,20-21) y fue testigo privilegiado del nacimiento de Cristo en Belén (cfr. Lc 2,6-7), de la adoración de los pastores (cfr. Lc 2,15-16) y del homenaje de los Magos venidos de Oriente (cfr. Mt 2,11); cumplió con su deber religioso respecto al Niño, al introducirlo mediante la circuncisión en la alianza de Abraham (cfr. Lc 2,21) y al imponerle el nombre de Jesús (cfr. Mt 1,21); según lo prescrito en la Ley, presentó al Niño en el Templo, lo rescató con la ofrenda de los pobres (cfr. Lc 2,22-24; Ex 13,2.12-13) y, lleno de asombro, escuchó el cántico profético de Simeón (cfr. Lc 2,25-33); protegió a la Madre y al Hijo durante la persecución de Herodes, refugiándose en Egipto (cfr. Mt 2,13-23); se dirigía todos los años a Jerusalén con la Madre y el Niño, para la fiesta de Pascua, y sufrió, turbado, la pérdida de Jesús, a sus doce años, en el Templo (cfr. Lc 2,43-50); vivió en la casa de Nazaret, ejerciendo su autoridad paterna sobre Jesús, que le estaba sometido (cfr. Lc 2,51), instruyéndolo en la Ley y en la profesión de carpintero».
José «el hombre fiel y prudente, que el Señor puso al frente de su casa», es un ejemplo a seguir: ejemplo de fe, obediencia a Dios, callada presencia junto a María y el Niño, vigilante protector del don más rico que Dios ha hecho a la humanidad: su Hijo predilecto, el Mesías Salvador.
Hoy, Dios sigue buscando hombres y mujeres de confianza a quienes confiar el don más precioso: la Buena Noticia de la Salvación. ¿Quieres ser uno de ellos?
Alfonso Crespo Hidalgo