El Segundo domingo de Adviento coincide con la festividad de la Inmaculada. Los textos de la Misa son los de la fiesta de la Virgen. El Papa Pío IX declaró el dogma de la Inmaculada, afirmando que «es doctrina revelada por Dios la que afirma que la beatísima Virgen María fue preservada, por particular gracia y privilegio de Dios, en previsión de los méritos de Jesucristo, salvador del género humano, de toda mancha de pecado original desde el primer instante de su concepción».
Este prodigio de la Inmaculada Concepción recuerda a los creyentes una verdad fundamental: «para Dios nada hay imposible». Dios Padre quiso en su benevolencia preservar del pecado original, del que todos participamos, a la que iba a ser su Madre. Ella, es la Inmaculada, sin pecado. Pero al designio de Dios sobre ella, respondió María incorporando todo su corazón y todas sus fuerzas al proyecto divino de salvación de los hombres. Elegida por el Padre para ser la Madre de su Hijo, se convirtió desde el sí radical de la Anunciación en la primera colaboradora de su Hijo en la obra de la redención.
Todo en María, mira a su Hijo, y desde Él a todos los hombres, incorporados como hijos adoptivos a la gran familia de Dios. María es la primera testigo del proyecto del Padre, quien quiso redimir al mundo a través de la muerte y de la resurrección de su Hijo.
La fiesta de la Inmaculada Concepción de María abre la etapa final de la salvación: esta fiesta nos recuerda que Dios se ha preparado en María a la Madre santa y perfecta, que nos regalará al Salvador del mundo. «No podía ser concebida en el pecado, quien nos iba a traer al único Santo», dice un Padre de la Iglesia.
Jesucristo, el Señor, es el manantial de la vida que vence a la muerte, el Salvador que redime al mundo; y María se presenta ante nosotros como un cauce que distribuye la gracia para que llegue a todos los hombres, hijos de Dios y entregados a María como sus hijos de adopción.
Celebramos el día de la Inmaculada en el tiempo de Adviento. La Comunidad cristiana está aguardando a su Salvador. María es una testigo eminente de esta venida: a Ella, le fue anunciado la Encarnación del Hijo de Dios, Ella lo dio a luz y lo entrego a la contemplación de los pastores y de los Magos de Oriente, significando a todos los pueblos; Ella lo presentó en el templo, donde fue aclamado por Simeón y Ana como «el Salvador del mundo y luz de las naciones»; Ella lo siguió como Madre y lo encontró como Maestro, escuchando su palabra; Ella le acompañó en la Última Cena y la despedida de los Apóstoles; le siguió en el camino del Monte Calvario; Ella, estuvo firme a los pies de la Cruz; Ella fue testigo eminente de la Resurrección, y alentó a la primera Iglesia reunida en Pentecostés, donde el Espíritu Santo, quitando el miedo, impulso a los discípulos anunciar el Evangelio a todos los pueblos.
Celebrémosla llenos de alegría y felicitemos a María; y en ella, felicitemos también a nuestras madres, a todas las madres.