
Si le dijésemos a alguien que tenemos los números que van a salir en la Primitiva, si le aseguráramos al vecino que sabemos la combinación del gordo de Navidad, o simplemente si estuviésemos seguros de que vamos a ganar… lo abandonaríamos todo para buscar el boleto apropiado, compraríamos el décimo completo.
El Evangelio de hoy se parece algo a esta situación. ¡Qué gran pedagogo es el Maestro, y cómo sabe captar nuestra atención, buscando nuestros intereses más profundos! El ejemplo es sencillo, como todo lo sublime. Se trata de un hombre que descubre un tesoro en un campo, va y vende lo que tiene y compra el campo… y, con el campo, el tesoro escondido.
Esta parábola de Jesús, es una más de las que ponía al pueblo sencillo para explicarles en que va a consistir el Reino que está predicando: el Reino que predica Jesús, es un tesoro para el hombre, una perla de infinito valor; vivir según el Evangelio vale más que cualquier otro modo de vida: más que el dinero, el poder o los honores. Vivir según el Reino es vivir en felicidad. Si alguien la descubre, hace todo lo posible por conseguirla.
La vida del hombre no se hace a base de renuncias sino de elecciones. El hombre está continuamente renunciando y eligiendo. Si nos fijamos sólo en lo que hemos tenido que dejar nos entristece, pero si valoramos lo que hemos escogido -y esto nos llena plenamente- la alegría se desborda.
El Reino que predica Jesús nos exige una elección radial por Evangelio, eligiendo los valores sobre los que se construye este Reino: el amor, la justicia, la paz, la igualdad entre los hombres, que nos viene de la grandeza de ser todos hijos del mismo Padre Dios.
El tesoro escondido, la gran lotería del hombre, es que Dios le ha salvado y le ha hecho hijo suyo. Es el mensaje que nos trae Jesucristo. Vale la pena dejar todo lo demás para alcanzar este tesoro infinito, que abre nuestra esperanza: este premio le da sentido a la muerte, pero sobre todo le da sentido a la propia vida.
Cuando nos afanamos tanto por descubrir tesoros, de pronto alguien nos dice que tiene el plano del mejor de los tesoros, y que está al alcance de todos. Un tesoro inagotable de felicidad, que brota hasta la vida eterna. ¡Todos los creyentes, los bautizados como hijos de Dios somos unos afortunados!