La historia de la relación de Dios y el hombre es una larga historia de amor. Dios busca al hombre y el hombre se deja encontrar. El hombre busca a Dios y El Padre le sale al encuentro y le coge de la mano. Es una historia sellada en una alianza siempre renovada: “¡tú serás mi pueblo y Yo seré tu Dios!” Este es el compromiso. Pero continuamente roto.
El hombre se olvida de Dios, no cumple su alianza con el Dios Creador y Salvador. Y Dios, ante tanto desamor, tiene que salir al encuentro del hombre, revestido de misericordia y conducir al descarriado al redil de su amor. Dios “echa horas extras”, buscando a sus hijos. ¡Dios sabe, más que cualquier madre, de muchas horas en vela, aguardando la vuelta del hijo!
Y Dios, amorosamente cansado de tanta alianza provisional con el hombre, le promete por boca del profeta Jeremías una Alianza Eterna. Para ello, Dios se fiará no del corazón de piedra del hombre, sino de un corazón nuevo: grabará su ley en un corazón de carne. Y firmará este nuevo pacto con la sangre de su propio Hijo. En Jesús la Alianza de Dios y el hombre, se hace alianza eterna: Dios no falla, y Jesús, que nos representa a todos, tampoco.
El sacrificio es el crisol por el que el amor se purifica y adquiere solera. Jesús lo expresa con una imagen sencilla pero profundamente gráfica: “si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto”. Jesús está explicando el sentido de su muerte ya próxima.
No se trata de una muerte accidental. Es una muerte voluntaria: Jesús ha venido a hacer la voluntad del Padre. La Cruz es el supremo gesto de Jesús, con los brazos abiertos, en un abrazo eterno y total a la humanidad: gesto de amor infinito del Padre. El espectáculo de la Cruz es para el pagano un escándalo, y para el creyente un signo supremo de atracción: de la Cruz pende la salvación del mundo. Es la sangre derramada por la salvación de todos. El Evangelio anuncia la Cruz con esta frase: “¡Ha llegado la hora!”
Es la hora de la entrega generosa, del amor desbordado que se hace salvación. La muerte es vencida por la Vida. Desde la muerte de Cristo, la muerte no reina y brota la esperanza. La Cruz es un paso previo e imprescindible para la vida: la noche del viernes santo brotará en sábado de gloria.
La muerte, desde la Resurrección de Jesús, nunca tiene la última palabra.