Hoy se pregonan “muchas ofertas de salvación”. Son religiones a la carta en las que cada uno diseña, incluso por ordenador “como quiere salvarse y quien va a ser su salvador”. Pero la frustración termina despertándonos de este sueño. Al auténtico Dios no se le “diseña” sino que se descubre, se acepta y se le ama. Porque descubrir a Dios es antes que nada “sentirse amado por Él”. El amor es el lenguaje y la palabra definitiva de Dios.
Cuando “buscamos a Dios”, lo mejor es “dejarse encontrar por Él”. Dios, lleva tiempo buscándonos, incluso a veces camina al paso de nuestra sombra. Pero Dios es respetuoso con su criatura: no le fuerza sino que se ofrece a su libertad, para ser acogido. Porque en el amor la violencia, física o síquica, es su negación. No se puede amar “a la fuerza”.
Iniciamos el Adviento, cuatro semanas de espera y esperanza para rememorar el tiempo grandioso de la Navidad: cumbre de la generosidad divina, en la que Dios se acerca tanto al hombre que “se hace hombre” como nosotros. Y a los hombres nos regala ser «sus hijos».
La historia de Israel, pueblo elegido de Dios, es una historia de frustraciones. Hasta los propios reyes decepcionaron las esperanzas que en ellos puso el pueblo de Dios. Querían “diseñar” su propio dios y colgar del poder humano su esperanza. Sintiéndose defraudados, suspiran por el día en que aparezca entre ellos el auténtico Salvador, el Mesías.
La salvación prometida por Dios a todos los hombres es una salvación donada gratuitamente que sólo necesita la aceptación benevolente del hombre. Dios Salvador, una vez por todas, vino a traer la salvación a la humanidad como fruto de la Redención del Señor. Pero la salvación de Dios “está siempre viniendo”, porque siempre es recibida por hombres y mujeres de todos los tiempos.
“¡Alzad la cabeza, hermanos; se acerca vuestra salvación!”, la salvación que un día nos trajo Jesús de Nazaret, en un momento histórico, toca ahora a tu puerta y espera tu respuesta sincera, ágil y comprometida. La salvación está cerca, pero corren tiempos en los que se embota la mente con el vicio y la preocupación por el dinero, el poder o la superficialidad de una vida vivida a golpe de sentidos -tacto, gusto, vista- y olvido de la palabra y el beso del amor.
Cada Adviento no es sólo recuerdo histórico del Nacimiento del Hijo de Dios en Belén; es, también, un anuncio de la segunda venida del Mesías al final de los tiempos, en la que el Señor juzgará con justicia a los pueblos. No sabemos ni el día ni la hora. Por ello, recomienda el apóstol Pablo: «Estad siempre despiertos y manteneos en pie ante el Señor».
En Adviento, Dios vuelve a afirmar su amor a los hombres. Y espera nuestra respuesta de amor: es tiempo de conversión.