penitencia
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Confesarme, ¿para qué?
Para muchas personas, el SACRAMENTO DEL PERDÓN es algo que ha desaparecido de la vida cristiana. Piensan con cierto alivio que ya no hace falta pasar por el trámite costoso de ir a contarle a otra persona, pecadora como tú, tus propias faltas y pecados. Basta, piensan, “confesarse con Dios”.
Sin embargo, la Iglesia sigue cumpliendo el encargo que Jesús dio a sus discípulos: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados les son perdonados. A quienes se los retengáis les son retenidos.” (Jn 20, 23). Si celebramos el Sacramento del Perdón es porque Cristo así lo quiso y prometió un encuentro personal de salvación para el que se acerque a Él con arrepentimiento sincero: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11, 28); “Tus pecados quedan perdonados” (Lc 7, 48).
Pero hay incluso quien dice que no tiene pecados. Dice S. Juan: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda iniquidad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos mentiroso, y su palabra no está en nosotros.” (1Jn 1, 8-10).
Porque el galardón del cristiano no es ser bueno. Ya le advirtió Jesús a aquel hombre rico que quien le siguiera no iba a recibir ningún diploma y que “bueno sólo es Dios” (Mc 10, 18). Nuestra alegría es ser perdonados, ser salvados, y así seguir a Jesús por el camino.
Desde pequeños se enseña a los niños en la catequesis las cosas que hacen falta para confesarse bien. Se pretende así introducir a los niños en la vida cristiana. Pero la fe y la vida cristiana no son cosa de niños. Por eso, al recordar estos puntos, pensemos que se refieren a nosotros mismos, que en ello nos jugamos la autenticidad de nuestra vida. Dejémonos salvar por el Señor.
¿Qué debo hacer para preparar una buena confesión?
Tradicionalmente, a lo mejor lo recordamos de nuestro Catecismo, se señalaban 5 condiciones para una buena confesión:
1. “Examen de conciencia”
En el silencio descubro que soy más grande por dentro que por fuera. Tengo un mundo interior al que no debo temer, del que no debo huir. En lo más profundo de mi ser descubro quién soy: una persona única e irrepetible, capaz de amar y sentirse amada, capaz de decidir con libertad y ser responsable de su vida. Sobre todo, una persona creada por amor y sostenida por un Dios que es Padre bueno y lleno de misericordia.
2. “Dolor de los pecados”
La visión de los propios defectos y caídas puede abrumarnos. Los sentimientos de culpa son algo muy humano. Pero de nada sirve encerrarnos en nosotros mismos. Nos situamos ante un Dios que salva, un Dios que quiere levantarnos y devolvernos nuestra dignidad de hijos suyos. Ante el Señor, que entregó a su Hijo Jesús por mi amor, y ante los hermanos reconozco que me he hecho solidario con el mal del mundo: “perdóname, Señor”.
3. “Propósito de enmienda”
Nuestra paz es hacer la voluntad del Señor. Podemos buscar y hallar esa voluntad concreta en nuestra vida: qué paso debo dar, hacia dónde crecer, cómo vivir mejor mi vocación… Querer lo que el Señor quiere, aborrecer lo que Él aborrece. Ir haciendo vida en mí el Evangelio. ¿Qué mediaciones concretas voy a poner para “enmendar” mi vida?
4. “Decir los pecados al confesor”
Todos hemos sido perdonados de una vez por todas en Cristo. Pero debo actualizar en mí ese perdón manifestando mi arrepentimiento sincero y mi deseo de ser un fiel hijo de Dios y un digno miembro de su pueblo, la Iglesia. Al menos una vez al año, por Pascua de Resurrección, o si tengo conciencia de pecado grave, debo vivir en concreto y en directo el perdón que Dios me otorga a través de su ministro. No pensemos tanto en lo que vamos a decir (con humildad, siendo sinceros y yendo al grano), sino en la gracia que se va a derramar sobre nosotros.
5. “Cumplir la penitencia”
El sacerdote puede decirnos algunas palabras de ánimo y algunas indicaciones para que nuestra vida vaya siendo más evangélica. Al final nos impondrá una “penitencia”: alguna oración o una obra de caridad que servirán de signo de nuestra conversión sincera. Debemos realizarla cuanto antes, como inicio de una vida renovada por la gracia del Señor y con una profunda alegría y agradecimiento.