Tiempo ordinario
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El Tiempo que celebramos
TIEMPO ORDINARIO:
RETOMAMOS EL TIEMPO ORDINARIO: SANTOS, DÍA A DÍA
Después de la Solemnidad de Pentecostés, la Iglesia retoma el Tiempo Ordinario, en una continuidad de domingos, hasta llegar al domingo de Cristo Rey, anterior al primer domingo de Adviento, con el que iniciaremos un nuevo Ciclo o Año litúrgico.
Como decíamos anteriormente: «El Tiempo Ordinario constituye un tiempo ideal para la contemplación y la celebración de las palabras y acciones de Cristo en el Evangelio, reflexionar sobre la vida cristiana según las exhortaciones de los apóstoles y a la vez, seguir una lectura de la historia de la salvación en el Antiguo Testamento a la luz de la novedad de Cristo». En Tiempo Ordinario, retomamos la lectura continuada del evangelio de Mateo, que nos acompaña en este ciclo litúrgico.
La celebración del domingo dará pleno sentido a los demás días de la semana. Y algunas fiestas de la Virgen y de los santos animarán nuestros deseos de santidad.
El don precioso de la Iglesia, «sacramento de Cristo»
En este Tiempo Ordinario, sentimos con más fuerza la compañía fiel de la Iglesia. La Iglesia es un misterio, lo cual equivale a decir que es también un sacramento. Además de ser la depositaria total de los sacramentos cristianos, ella es el gran sacramento que contiene y vivifica a todos los demás. Todo sacramento es el signo de otra realidad, y debemos atravesarlo para encontrarnos con aquello que nos quiere recordar. Así, podemos decir que Cristo es el gran sacramento del encuentro con Dios: a través de Cristo, conocemos a Dios. Y podemos concluir que la Iglesia es el «sacramento del encuentro con Cristo»: el fin de la Iglesia es mostrarnos a Cristo y comunicarnos su gracia.
A pesar de los pecados de sus hijos, entre los cuales nos contamos nosotros, los cristianos confesamos en el Credo que la Iglesia es santa: «el Pueblo santo de Dios». Durante los últimos decenios, la Iglesia, consciente de que necesita vivir en actitud de continua conversión, ha hecho un examen de conciencia profundo, pidiendo perdón público por los pecados de sus hijos. Pero dicho examen no justifica actitudes de derrotismo y agresividad. Junto a la humildad de quien reconoce su culpa, urge también la justicia de reconocer sus grandes servicios. Aunque a la mirada profana del sociólogo, la Iglesia aparece como una asociación más, el Espíritu suscita la santidad en la Iglesia, y hace de vidas que parecen insignificantes a los ojos del mundo, verdaderos monumentos de caridad gratuita y de la más genuina humanidad.
El Tiempo Ordinario en una carrera por la santidad, cooperando con la gracia de Dios en el día a día…