tema III - los sacramentos
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Los sacramentos de la iglesia
En la Segunda Parte del Catecismo de la Iglesia Católica, dedicada a Liturgia, la segunda sección se titula: Los siete Sacramentos de la Iglesia (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1210-1666).
“Los sacramentos de la Iglesia se distinguen en sacramentos de la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía; sacramentos de la curación (Penitencia y Unción de los enfermos); y sacramentos al servicio de la comunión y de la misión (Orden y Matrimonio). Todos corresponden a momentos importantes de la vida cristiana, y están ordenados a la Eucaristía como a su fin específico” (Compendio, n. 250).
1. Qué son los sacramentos
Los sacramentos responden a la voluntad de Dios que ha querido y quiere encontrarse con nosotros, y para ello se acomoda a la manera de ser que tenemos los humanos.
Podemos decir que los sacramentos son medios de comunicación y lugar de encuentro con Dios. Algo parecido a lo que ocurre en el ámbito humano. Cuando tenemos un dolor profundo o sentimos un cariño grande hacia una persona y queremos decírselo, no nos bastan las palabras. Usamos signos, gestos, besos, abrazos…, en ese abrazo profundo nos encontramos con esa persona y, al mismo tiempo, quienes ven el abrazo perciben, en ese gesto visible, la realidad invisible del amor. Los gestos dicen más que las palabras. Por ejemplo: ante un terremoto en un país lejano, el Gobierno puede mandar un telegrama de condolencia a ese país o puede fletar un avión con ayuda personal y material. Sin duda que esto último es un signo más elocuente de solidaridad. Esos médicos y enfermeras que llegan al país siniestrado son allí un “sacramento” de la solidaridad del país que los envía.
Dios ha querido comunicarse con nosotros con nuestro mismo lenguaje: a través de gestos y de palabras, a través de signos. Dios ha querido comunicarse con nosotros y actuar a favor nuestro para darnos su vida y traernos la salvación eterna. Así, después de un largo tiempo preparatorio, Dios se acercó a nosotros por medio de su Hijo Jesucristo hecho hombre. Dios no se ha contentado con mandarnos un mensaje, un telegrama, sino que nos ha mandado a su Hijo. Jesucristo es “el gran sacramento”: viéndole a Él vemos al Padre. Jesucristo es, al mismo tiempo Dios y hombre, realidad invisible y realidad visible, es sacramento de Dios: en Él encontramos a Dios y Dios se encuentra con nosotros; en Él y por Él Dios actúa a favor nuestro, a favor de nuestra salvación.
La muerte de Jesucristo ha puesto fin a esa presencia visible de Dios entre nosotros, pero no a su presencia real. Resucitado de entre los muertos, está presente por el Espíritu Santo en la Iglesia. Ésta es, ahora, el “sacramento” de Cristo resucitado entre nosotros. De un modo particular es el lugar en el que encontramos a Dios y Él se encuentra con nosotros. Por eso, la Iglesia se realiza de forma muy particular en la celebración de los sacramentos.
Desde luego que la Iglesia no es el único lugar donde podemos encontrar a Dios. Él está también presente en el pobre, en el necesitado… según aquellas palabras del mismo Jesús: “Cuanto hicisteis (o dejasteis de hacer) con uno de estos mis hermanos pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40). Pero una presencia muy especial, un modo privilegiado de la presencia de Dios entre nosotros tiene lugar en la celebración de los sacramentos, que culminan en la Eucaristía (SC 7-10).
El Catecismo de la Iglesia Católica dice que los sacramentos son “acciones del Espíritu Santo en su cuerpo que es la Iglesia”. Por medio de los sacramentos Dios sigue comunicándose con nosotros, le encontramos y nos incorpora a su Cuerpo que es la Iglesia (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1116).
La gracia, fuerza invisible de los sacramentos
El Concilio de Trento afirma que los sacramentos actúan ex opere operato, es decir, tienen una fuerza o gracia por sí mismos, más allá de la dignidad o indignidad de aquellos que los administran. Por ejemplo, un Bautismo administrado por un sacerdote indigno o herético, si se realiza esencialmente de la forma que lo exige la Iglesia, es válido. No se podrá volver a repetir nunca.
Por otra parte, las disposiciones de aquel que recibe el sacramento, miden, por así decirlo, los frutos de santificación realizados en él a través del sacramento recibido. O sea, la gracia del sacramento es puro don de Dios; mis disposiciones no condicionan la fuerza del sacramento sino su eficacia en mí. Podríamos decir, que si yo no celebro los sacramentos con un espíritu de agradecimiento y acogida y con las disposiciones precisas, la gracia cae en saco roto.
Los siete sacramentos de la Iglesia
Toda la vida del cristiano está enmarcada en los sacramentos de la Iglesia. Desde el Bautismo, al nacer, hasta la Unción de los enfermos, cuando uno se encuentra gravemente enfermo, todos los momentos importantes de la vida de un cristiano, tienen un sacramento para celebrar, expresar, compartir la fe y recibir la fortaleza y la vida de la gracia que provienen del Misterio pascual de Cristo. Son los siete sacramentos de la Iglesia. Estos siete sacramentos se suelen dividir en tres grupos, atendiendo a su naturaleza y a la finalidad de los mismos:
– Así el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía reciben el nombre de Sacramentos de iniciación, en cuanto que son como los que nos introducen en la vida cristiana.
– La Penitencia y la Unción de enfermos forman los llamados Sacramentos de curación, porque están destinados a “curar” las heridas del pecado, el primero, y la enfermedad, el segundo.
– El Orden sacerdotal y el Matrimonio son llamados Sacramentos al servicio de la comunidad.
2. Los sacramentos de la Iniciación Cristiana
Todos (o casi todos) nosotros fuimos bautizados al nacer; recibimos la primera Eucaristía, siendo niños y la Confirmación, unos años más tarde. En ese sentido ya hemos recibido los sacramentos de la Iniciación cristiana y podemos ser considerados “cristianos adultos”. Pero puede ocurrir que nuestro proceso personal de maduración cristiana no sea todavía completo. Por ese motivo es bueno reflexionar sobre el significado que tienen o deben tener estos sacramentos en nuestra vida cristiana.
Qué es la Iniciación cristiana
“La iniciación cristiana se realiza mediante los sacramentos que ponen los fundamentos de la vida cristiana: los fieles, renacidos en el Bautismo, se fortalecen con la Confirmación, y son alimentados en la Eucaristía” (Compendio, n. 251).
Es evidente que la palabra “iniciación” puede tener muchos sentidos. Inmediatamente nos viene a la mente la imagen de alguien que está dando unas clases de introducción, que está aprendiendo a conducir, que comienza a dar los primeros pasos en una profesión o en un deporte. En el mundo de las culturas y de las religiones se suele hablar de “iniciación a la pubertad”, “iniciación a la vida del grupo religioso”, etc. y eso supone una serie de ritos a través de los cuales el “niño” adquiere el conocimiento de los “misterios secretos” y entra a formar parte del mundo adulto. El término “Iniciación cristiana” proviene de ese trasfondo cultural y religioso, pero tiene un sentido propio.
El término Ainiciación@ pertenece al vocabulario de la primitiva tradición cristiana y designa la introducción catequética y sacramental a los misterios cristianos con conocimiento y experiencia. Podemos decir que la “iniciación cristiana es el proceso evangelizador y catequético por el que un nuevo creyente se incorpora a Cristo y a la nueva vida de la salvación en el seno de la Iglesia. Esta tarea no se realiza en un momento, sino que supone un proceso. Como tal proceso requiere, además de una formación doctrinal, una progresiva introducción en experiencias de oración y en el ejercicio real de las virtudes cristianas”.
La Liturgia inspira una peculiar forma de catequesis, la llamada “catequesis mistagógica”, que “pretende introducir en el Misterio de Cristo, procediendo de lo visible a lo invisible, del signo a lo significado, de los sacramentos a los misterios”. La iniciación cristiana es así una mistagogía: introducción al conocimiento de los misterios y experiencia de los misterios en los que se sumerge y que marcan plenamente su vida; el cristiano iniciado, queda marcado e invitado a un desarrollo de la gracia recibida hasta la plenitud, hasta la santidad. Eso quiere decir que esa persona va desarrollando su fe, adquiriendo conocimiento de las verdades fundamentales de la fe cristiana, haciendo prácticas de oración, de caridad, de compromiso y vida cristiana. Dentro de ese proceso, por el cual uno se va haciendo cristiano tienen un lugar especial los llamados sacramentos de la iniciación: Bautismo, Confirmación y Eucaristía.
Está claro que se trata de un proceso personal y una serie de ritos o celebraciones. Pero estos sacramentos no han de ser considerados como unos ritos mágicos de manera que quien los ha recibido ya es por eso mismo un cristiano perfecto, pero sí podemos decir que quien los ha recibido y celebrado conscientemente (p.e. un adulto) tras ese proceso de maduración en la fe pertenece ya como adulto a la Iglesia. A partir de ese momento puede celebrar y recibir otros Sacramentos como el Matrimonio o el Orden y la Penitencia, etc.
La Iniciación cristiana, fundamento de la espiritualidad cristiana
El Concilio Vaticano II ha afirmado la recuperación de la Iniciación cristiana como elemento unitario esencial de la vida cristiana, de la diversidad de las vocaciones, de los posibles aspectos que pudieran determinar lo que llamamos las «distintas espiritualidades». Es un punto de unidad antes de la diversidad, que no debe ser ni dispersión ni contraposición.
El Bautismo nos hace miembros del Cuerpo Místico de Cristo (Cf. LG 7); por el sacramento de la Confirmación los cristianos se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo, y quedan obligados más estrictamente a «difundir y defender la fe como auténticos testigos de Cristo con las palabras y con las obras» (LG 11). Aquí radica el fundamento, el modelo y la unidad de esa vocación a la santidad, a la que estamos llamados todos, abierta a una plenitud que se consigue por los diversos caminos que existen en la Iglesia (Cf. LG 39-41).
Esta orientación del Concilio resulta de una gran importancia para la espiritualidad cristiana. Ofrece un fundamento objetivo, sacramental, amplio como la riqueza misma de la iniciación, y único como única es la historia de la salvación y la vocación cristiana.
De esta riqueza y universalidad, de esta unidad fundamental brotan las demás espiritualidades, que tienen un ulterior fundamento sacramental -Sacerdocio y Matrimonio- en conexión y continuidad con el Bautismo; o una opción peculiar -la vida religiosa- o una situación global de vida – la espiritualidad laical-. No hay espiritualidad específica que no sea el cultivo de algún aspecto de la riqueza Agenérica@ que existe en la Iniciación cristiana.
El Bautismo
“El primer sacramento de la iniciación cristiana recibe, ante todo, el nombre de Bautismo, en razón del rito central con el cual se celebra: bautizar significa sumergir en el agua; quien recibe el Bautismo es sumergido en la muerte de Cristo y resucita con Él como una nueva criatura (2Co 2,17). Se llama también baño de regeneración y renovación en el Espíritu Santo (Tt 5,5), e iluminación, porque el bautizado se convierte en hijo de la luz (Ef 5,8)” (Compendio, n. 252).
El Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el Espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión. El Bautismo se suele llamar: “Sacramento de la fe”. En efecto, la fe es un don de Dios y una respuesta del hombre. El Bautismo es el sacramento “con que los hombres, iluminados por la gracia del Espíritu Santo, responden al Evangelio de Cristo”.
San Pablo habla del Bautismo diciendo que nos incorpora a la Muerte y a la Resurrección de Jesucristo, al Misterio de muerte y de vida. Bautizarse es morir al pecado para resucitar a una vida nueva; el que se bautiza comienza a ser criatura nueva. El Bautismo significa el nacimiento a una vida superior, a la vida del Espíritu (Cf. Jn 3,5-9). El Bautismo nos hace “verdaderos hijos de Dios por adopción y no sólo por creación, puesto que nos hace partícipes de la naturaleza divina e hijos de Dios”.
Además, el Bautismo nos incorpora a la Iglesia. Mejor dicho, nos incorpora a Cristo en la Iglesia de tal manera que no se pueden separar ambas cosas. No somos primero cristianos y luego nos “asociamos” para formar la Iglesia, sino que por el hecho mismo del Bautismo recibido libremente (asumido libremente más tarde si fuimos bautizados de niños) entramos a formar parte de la Iglesia que es el Cuerpo de Cristo. Esta es la razón por la cual al Bautismo se le llama “la puerta de la Iglesia”. De alguna manera el Bautismo es el que va haciendo la Iglesia al hacer nuevos miembros, y la Iglesia es la que hace el Bautismo, al bautizar. De cualquier manera, Bautismo e Iglesia, son inseparables, porque es en la Iglesia donde el Resucitado sigue actuando por el Espíritu. Por el Bautismo “somos hijos de Dios y miembros de la Iglesia”.
La Confirmación
“Se llama Confirmación porque confirma y refuerza la gracia bautismal. Se llama Crismación, puesto que un rito esencial de este sacramento es la unción con el Santo Crisma” (Compendio, n. 266)
La práctica más común entre nosotros es la de bautizar a los niños recién nacidos y dejar la Confirmación para época más tardía. En la Iglesia ha habido prácticas muy distintas a lo largo de los tiempos, aunque casi siempre el orden de estos tres sacramentos era el de Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Ahora, dejamos la Confirmación para más tarde, buscando una edad en la que podamos celebrar este sacramento de forma más consciente.
La Confirmación es un sacramento relacionado con el Bautismo, inseparable del mismo en su significado, aunque se le separe en el tiempo. La misma palabra Confirmación quiere decir ratificar, sellar, hacer firme aquello que comenzó en el Bautismo. Por tanto, no quiere decir en, primer lugar, que yo ratifico mi fe, que yo me confirmo, sino que el Espíritu Santo ratifica y hace firme en mí la gracia bautismal. La Confirmación, pues, plenifica el Bautismo.
La Confirmación constituye actualmente un verdadero sacramento distinto del Bautismo, que en la misma celebración pone de relieve los aspectos y signos que expresan el don del Espíritu, pero nunca podemos separar totalmente ambos sacramentos. Por eso, también ahora, cuando se bautiza a un adulto, en la misma celebración se le confirma y participa de la Eucaristía.
Con el Bautismo y la Eucaristía, el sacramento de la Confirmación constituye el conjunto de los sacramentos de la Iniciación cristiana, cuya unidad debe ser salvaguardada. Es preciso concienciar a los fieles que la recepción de este sacramento es necesaria para la plenitud de la gracia bautismal. En efecto, a los bautizados el sacramento de la Confirmación los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo. De esta forma quedan obligados aún más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras. Este sacramento, pues, al mismo tiempo confirma el Bautismo y robustece la gracia recibida en el Bautismo.
Si no estamos aún confirmados, sería conveniente plantearnos completar nuestra “Iniciación cristiana”.
La Eucaristía
“La Eucaristía es el sacrificio del Cuerpo y de la Sangre del Señor Jesús, que Él instituyó para perpetuar en los siglos, hasta su segunda venida, el sacrificio de la Cruz, confiando así a la Iglesia el memorial de su Muerte y Resurrección. Es signo de unidad, vínculo de caridad y banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la vida eterna” (Compendio, n. 271).
Desde el punto de vista de la Iniciación cristiana, la Eucaristía es el Sacramento que culmina el proceso de iniciación. Los Padres de la Iglesia insistían en el simbolismo que tiene participar los bautizados del Cuerpo eucarístico de Cristo. Precisamente porque el Bautismo y la Confirmación nos han configurado y hecho Cuerpo de Cristo, la Eucaristía es el símbolo de esa unidad. Así escribía San Agustín: “Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros. Sí, pues vosotros sois el cuerpo de Cristo y los miembros de Cristo, lo que está sobre la santa mesa es un símbolo de vosotros mismos… sed lo que veis y recibid lo que sois”.
Cuando se trata de una persona adulta que quiere hacerse cristiano, después de recibir el Bautismo y la Confirmación, se le invita a participar en la mesa de la Eucaristía, incorporándose plenamente a la comunidad cristiana. La Primera Comunión, que se recibe al final de la infancia, hemos de verla como el “inicio” de una participación que está llamada a crecer gradualmente.
Los nombres de la Eucaristía
A este Sacramento esencial se le da muchos nombres:
- Eucaristía: porque es “acción de gracias” a Dios. La palabra Eucaristía recuerda las bendiciones judías que proclaman, sobre todo durante la comida, las obras de Dios: la creación, la redención, la santificación.
- Banquete del Señor: porque se trata de la “Cena” que el Señor celebró con sus discípulos la víspera de su pasión y de la anticipación del «banquete de bodas del Cordero» en la Jerusalén celestial (Cf. Ap 19,9)
- Fracción del pan: porque este rito, propio del banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando bendecía y “distribuía el pan como cabeza de familia” (Cf. Mt 14,19; 15,36), sobre todo en la última Cena (Cf. Mt 26,26; 1 Cor 11,24). En este gesto los discípulos le reconocerán después de su resurrección y con esta expresión los primeros cristianos designaban sus asambleas eucarísticas. Con él se quiere significar que todos los que comen de este único pan, partido, que es Cristo, entran en comunión con él y forman un solo cuerpo en El.
- Asamblea Eucarística: porque la Eucaristía es celebrada en la “asamblea de los fieles”, expresión visible de la Iglesia.
- Memorial de la pasión, muerte y resurrección del Señor.
- Santo Sacrificio: porque actualiza “el único sacrificio de Cristo Salvador en la cruz” e incluye la ofrenda de la Iglesia. También «santo sacrificio de la misa», «sacrificio de alabanza», «sacrificio espiritual», puesto que completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza.
- Comunión: porque por este Sacramento “nos unimos a Cristo” que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo. Se llama también «pan de los ángeles», «pan del cielo»…
- Santa Misa: porque la liturgia en la que se realiza el misterio de la salvación se termina con el envío de los fieles, la missio (de aquí, su nombre popular) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana.
La Eucaristía, “fuente y cumbre de la vida cristiana”
La Eucaristía es “fuente y cumbre de toda la vida cristiana», nos dice el Concilio. Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua. El Concilio Vaticano II nos ha recordado esto al decimos que la “principal manifestación de la Iglesia” se realiza cuando la comunidad cristiana, en unión con su Obispo y su presbiterio, participa en la Eucaristía (SC 41.10).
La implantación de una Iniciación cristiana como proceso catecumenal, e incluso de una re-iniciación cristiana de los ya bautizados, es una de las prioridades pastorales más urgente. Insistamos en que nuestros procesos de Iniciación cristiana, colaborando con la gratuidad de la Gracia, sean una auténtica escuela de madurez en la fe, centrada en la vivencia de la Eucaristía.
Juan Pablo II, nos decía estas bellas palabras: “La incorporación a Cristo, que tiene lugar por el Bautismo, se renueva y se consolida continuamente con la participación en el Sacrificio eucarístico, sobre todo cuando ésta es plena mediante la comunión sacramental. Podemos decir que no solamente cada uno de nosotros recibe a Cristo, sino que también Cristo nos recibe a cada uno de nosotros. Él estrecha su amistad con nosotros: «vosotros sois mis amigos» (Jn 15,14). Más aún, nosotros vivimos gracias a Él: «el que me coma vivirá por mí» (Jn 6,57. En la comunión eucarística se realiza de manera sublime que Cristo y el discípulo estén el uno en el otro: «Permaneced en mí, como yo en vosotros» (Jn 15,4)». Y nos recordaba esta profunda intimidad con unas sentidas palabras: «Cuando los discípulos de Emaús le pidieron que se quedara «con» ellos, Jesús contestó con un don mucho mayor. Mediante el sacramento de la Eucaristía encontró el modo de quedarse «en» ellos. Recibir la Eucaristía es entrar en profunda comunión con Jesús. «Permaneced en mí, y yo en vosotros» (Jn 15,4). Esta relación de íntima y recíproca «permanencia» nos permite anticipar en cierto modo el cielo en la tierra. ¿No es quizás éste el mayor anhelo del hombre?… Se nos da la comunión eucarística para «saciarnos» de Dios en esta tierra, a la espera de la plena satisfacción en el cielo«.
Por otra parte conviene recordar que Eucaristía y Caridad van siempre juntas. La Iglesia es Palabra, Comunión y Servicio de la Caridad. Es la comunidad de creyentes que escucha la Palabra de Dios y la proclama a todos, intenta vivir en la comunión del amor, y ha recibido la misión de servir a los hombres. Es, en la Eucaristía, donde principalmente la Iglesia se hace Palabra, comunión y servicio de la caridad. En la celebración se hace oyente de la Palabra de Dios proclamada en las lecturas, recibe el amor de Dios entregado en Jesús, para que, como familia de Dios, pueda vivir la comunión del amor y entregar a los hombres ese amor hecho servicio.
La frase que, al final de la Eucaristía, dice el sacerdote a los fieles: “podéis ir en paz”, es un saludo que pretende ponernos en marcha para que, al volver al quehacer cotidiano, ofrezcamos a los hermanos el amor que en el altar hemos recibido y proclamemos al mundo la buena nueva de la Palabra que hemos escuchado.
3. Los sacramentos de curación: Penitencia y Unción de enfermos
Por los sacramentos de la Iniciación cristiana, el hombre recibe la vida nueva en Cristo. Pero, esta vida la llevamos en «vasos de barro» (2Co 4,7). Nos encontramos aún en nuestra morada terrena, sometida al sufrimiento, a la enfermedad y a la muerte. Esta vida nueva de hijo de Dios puede ser debilitada e incluso perdida por el pecado.
“Cristo, médico del alma y del cuerpo, instituyó los sacramentos de la Penitencia y de la Unción de los enfermos, porque la vida nueva que nos fue dada por Él en los sacramentos de la iniciación cristiana, puede debilitarse y perderse para siempre a causa del pecado. Por ello, Cristo ha querido que la Iglesia continuase su obra de curación y de salvación mediante estos dos sacramentos” (Compendio, n. 295).
El sacramento de la Penitencia
“Puesto que la vida nueva de la gracia recibida en el Bautismo, no suprimió la debilidad de la naturaleza humana ni la inclinación al pecado (esto es, la concupiscencia), Cristo instituyó este sacramento para la conversión de los bautizados que se han alejado de Él por el pecado” (Compendio, n. 297).
Este sacramento es llamado sacramento de la Penitencia, de la Reconciliación, del Perdón, de la Confesión y de la Conversión.
Los que se acercan al sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia y la comunidad, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a la conversión con su amor, su ejemplo y sus orientaciones (Cf. LG 11).
Es «sacramento de conversión» porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión (Cf Mc 1,15), la vuelta a la casa del Padre (Cf. Lc 15,18) del que el hombre se había alejado por el pecado.
Es «sacramento de penitencia» porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador.
Se le denomina «sacramento de la confesión» porque la declaración o manifestación, la confesión ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento. En un sentido profundo, este sacramento es también una «confesión», reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su misericordia para con el hombre pecador.
Se le denomina «sacramento del perdón» porque, por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al penitente el perdón y la paz.
Es «sacramento de reconciliación» porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia: «Dejaos reconciliar con Dios» (2Co 5,20). El que vive del amor misericordioso de Dios está pronto a responder a la llamada del Señor, en la que nos invita a reconciliarnos también con el hermano: «Si vas a poner tu ofrenda antes Dios, ve primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,24).
El sacramento del Perdón es reconciliación con Dios y con la Iglesia. Sólo Dios perdona los pecados, porque el pecado es antes que nada una ruptura con Dios nuestro Padre. El nos perdona y nos reconcilia. Más aún, es la única “limitación que Dios tiene”: no pude dejar de perdonar al pecador arrepentido. Pero el perdón es también, una reconciliación con la Iglesia, la entrada de nuevo en la comunidad de los creyentes y formar nuevamente parte del Pueblo de Dios.
El sacramento del Perdón, hace visible la reconciliación con Dios y con la Iglesia, pero sabemos las dificultades con que tropieza la práctica de este sacramento. Sin embargo es preciso reafirmar la importancia esencial del arrepentimiento y del sacramento de la Penitencia en la vida de los cristianos, en la formación de la conciencia personal y en el progreso espiritual de los fieles. Más adelante se señalan unas sugerencias para las parroquias.
La comunidad que celebra a su Señor, requiere un corazón bien dispuesto para que sus palabras de alabanza y acción de gracia surjan desde un corazón abierto a la misericordia y el perdón.
Una comunidad reconciliada con el hermano, y que ha dado previamente el paso de la reconciliación con su Señor, es una comunidad preparada para celebrar la fiesta de la Eucaristía.
El sacramento de la Unción de los enfermos
“La compasión de Jesús hacia los enfermos y las numerosas curaciones realizadas por Él son una clara señal de que con Él había llegado el Reino de Dios y, por tanto, la victoria sobre el pecado, el sufrimiento y la muerte. Con su Pasión y Muerte, Jesús da un nuevo sentido al sufrimiento, el cual, unido al suyo, puede convertirse en medio de purificación y salvación, para nosotros y para los demás” (Compendio, n. 314).
La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte.
La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebeldía contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él.
La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase son un signo maravilloso de que “Dios ha visitado a su pueblo» (Cf. Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los pecados: vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan. Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: “estuve enfermo y me visitasteis» (Mt 25, 36). Esta solicitud por los enfermos se ha prolongado en sus discípulos y en su Iglesia.
“La Iglesia, habiendo recibido del Señor el mandato de curar a los enfermos, se empeña en el cuidado de los que sufren, acompañándolos con sus oraciones de intercesión. Tiene, sobre todo, un sacramento específico para los enfermos, instituido por Cristo mismo y atestiguado por Santiago: ¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor (St 14-15)” (Compendio, n. 315)
A los que van a dejar esta vida, la Iglesia ofrece, además de la Unción de los enfermos, la Eucaristía como Viático, como ayuda en este tránsito.
“El Viático es la Eucaristía recibida por quienes están por dejar esta vida terrena y se preparan para el paso a la vida eterna. Recibida en el momento del tránsito de este mundo al Padre, la comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo muerto y resucitado, es semilla de vida eterna y poder de resurrección” (Compendio, n. 320)
Nos recuerda el Catecismo: “Así como los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía constituyen una unidad llamada los Sacramentos de la Iniciación cristiana, se puede decir que la Penitencia, la Santa Unción y la Eucaristía, en cuanto Viático, constituyen, cuando la vida cristiana toca a su fin, los Sacramentos que preparan para entrar en la Patria eterna, o los Sacramentos que cierran la peregrinación en esta vida”. (Cf. Catecismo, n. 1525).
4. Sacramentos al servicio de la Comunidad: Orden y Matrimonio
“Dos sacramentos, el Orden y el Matrimonio, confieren una gracia especial para una misión particular en la Iglesia, al servicio de la edificación del Pueblo de Dios. Contribuyen especialmente a la comunión eclesial y a la salvación de los demás” (Compendio, n. 321). Estos sacramentos, contribuyen a la propia salvación, pero esto lo hacen mediante el servicio que prestan a los demás.
El sacramento del Orden sacerdotal
“El sacramento del Orden es aquel, mediante el cual, la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos” (Compendio, n. 322).
Gracias al sacramento del Orden sacerdotal, la misión de anunciar el Evangelio, confiada por Cristo a sus Apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia. La palabra «Orden» designaba, en la antigüedad, a un grupo con un servicio determinado. «Ordenación” era el acto por el que se entraba a formar parte de un «Orden». En la Iglesia se admitió esta terminología para designar el «Orden de los presbíteros»: aquellos que, elegidos por Dios, son consagrados para formar parte del «Orden sacerdotal», destinados al servicio del pueblo de Dios. La imposición de las manos del Obispo y la invocación del Espíritu Santo con una oración, constituye el signo visible de esta consagración.
La Iglesia entera, y cada cristiano, mediante el sacramento del Bautismo, forman parte de un pueblo sacerdotal: es lo que se llama el «sacerdocio común de los fieles». Al servicio de estos, existe otro sacerdocio, el «sacerdocio ministerial», conferido en el sacramento del Orden, cuya tarea es servir, en nombre y representación de Cristo, en medio de la comunidad. Los sacerdotes ejercen su servicio al pueblo de Dios mediante la enseñanza, la celebración del culto divino y el gobierno pastoral desde la caridad.
El Obispo, es un presbítero que recibe la plenitud del sacramento del Orden, que le incorpora al Colegio episcopal. Los Obispos, son los sucesores de los Apóstoles, que presiden las Iglesias particulares, como la de Málaga, y que sirven de vínculo e unidad con el Papa y la Iglesia universal. Los sacerdotes forman con el Obispo un presbiterio, una auténtica fraternidad.
Junto al obispo y al presbítero, otro grado del sacramento del Orden es el diácono: “El diácono, configurado con Cristo siervo de todos, es ordenado para el servicio de la Iglesia, y lo cumple bajo la autoridad de su obispo, en el ministerio de la Palabra, el culto divino, la guía pastoral y la caridad” (Compendio, n. 330). En muchas iglesias diocesanas, existen un grupo de diáconos casados, que ejercen su ministerio propio.
Sólo el varón bautizado puede recibir válidamente el sacramento del Orden. La Iglesia se reconoce vinculada por esta decisión del mismo Señor. En la Iglesia latina, el sacramento del Orden sacerdotal sólo es conferido a candidatos que están dispuestos a abrazar libremente el celibato y que manifiestan públicamente su voluntad de guardarlo por amor del Reino de Dios y el servicio de los hombres.
El sacramento del Matrimonio
“Dios, que es amor y creó al hombre por amor, lo ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, los ha llamado en el Matrimonio a una íntima comunión de vida y amor entre ellos, «de manera que ya no son dos, sino una sola carne» (Mt 19,6). Al bendecirlos, Dios les dijo: «Creced y multiplicas» (Gn 1,28)» (Compendio, n. 337).
El sacramento del Matrimonio, se funda en el consentimiento de los contrayentes, es decir en la voluntad de darse mutua y definitivamente con el fin de vivir una alianza de amor fiel y fecundo.
La alianza matrimonial, por la que un hombre y una mujer constituyen una íntima comunidad de vida y de amor, fue fundada y dotada de sus leyes propias por el Creador. Por su naturaleza está ordenada al bien de los cónyuges, así como a la generación y educación de los hijos. Entre bautizados, el matrimonio ha sido elevado por Cristo a la dignidad de sacramento.
La Sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26-27) y se cierra con la visión de las «bodas del Cordero» (Ap 19,9). De un extremo a otro la Escritura habla del matrimonio y de su misterio, de su institución y del sentido que Dios le dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas a lo largo de la historia de la salvación, de sus dificultades nacidas del pecado y de su renovación «en el Señor».
La íntima comunidad de vida y de amor conyugal, está fundada por el Creador y provista de leyes propias. El mismo Dios «es el autor del matrimonio». La vocación al Matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador. El Sacramento del Matrimonio es un signo del amor de Cristo a su Iglesia, a la que considera «su esposa». Por ello, se pide a los esposos que su amor esté a la altura del amor de Cristo por su Iglesia.
En todas las culturas existe una exaltación de la dignidad de esta institución. El Concilio nos dice que “la salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar» (GS 47).
Dios que ha creado al hombre por amor, lo ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano. Porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, que es Amor (Cf. 1Jn 4,8.16). Y este amor que Dios bendice en el matrimonio es destinado a ser fecundo y a realizar el cuidado de la creación.
Los esposos son los «ministros» del sacramento del Matrimonio. Es el único sacramento en el que el ministro no es el sacerdote. El sacerdote es un «testigo de la Iglesia» que acompaña y certifica el sí dado mutuamente.
La unidad, la indisolubilidad y la apertura a la fecundidad son esenciales al matrimonio.
El hogar cristiano, construido sobre el amor de los esposos, que se hace fecundo, es el lugar en que los hijos reciben el primer anuncio de la fe. Por eso, la casa familiar es llamada justamente «Iglesia doméstica», comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y de caridad cristiana.
5. La Parroquia y los sacramentos
Los sacramentos, especialmente el Bautismo, la Confirmación y el Matrimonio, son frecuentemente solicitados por muchos cristianos que se acercan a la Parroquia. Su celebración, con gran esmero, debe cuidar la acogida (muchos de los que se acercan a ellos son más o menos «alejados»), la preparación catequética (en ocasiones con un fuerte acento misionero) y la autenticidad y el clima religioso de la celebración, educando el sentido de los fieles en lo referente a la sobriedad y sencillez, sin dejarse llevar por lo meramente externo o las costumbres sociales.
Poco a poco tenemos que ir acostumbrando a los fieles a dar a estas celebraciones una plena autenticidad religiosa, en un clima de verdadera libertad, tomando un tiempo prudente de preparación antes de recibir estos sacramentos, sin aceptar las celebraciones prefabricadas, aunque tengamos que aconsejar el retraso de fecha.
Con prudencia y paciencia tenemos que ir dando pasos hacia una mayor clarificación entre cristianos y no cristianos, miembros de la Iglesia y otros que fueron o no han llegado a ser cristianos y por tanto necesitan pasar por un período de formación y conversión antes de participar plenamente en las celebraciones cristianas.
Evangelización y sacramentos
Hemos recordado con el Concilio que “La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza» (SC 10). Cristo no sólo envió a los Apóstoles a predicar el Evangelio a toda criatura sino también a realizar la obra de la salvación que proclamaban mediante los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica.
Anuncio de la palabra y celebración sacramental se ordenan mutuamente. Es un error oponer, como se hace a veces, la evangelización y los sacramentos (Cf. EN 47). La evangelización bien hecha suscita actitudes de fe, arrepentimiento y amor, que son la verdadera disposición personal para celebrar y vivir los sacramentos por medio de los cuales recibimos la gracia de Dios y los dones de su Espíritu. La evangelización y la celebración sacramental de la presencia y de los dones de Dios forman un proceso unitario que hay que considerar y valorar en su conjunto.
Reseñamos algunas sugerencias, que deben ser tenidas en cuenta por las diversas comunidades, para animar la celebración de los sacramentos en la Parroquia, alentando la fuerza evangelizadora que se contiene en los mismos.
El Bautismo
Es necesario insistir en la responsabilidad y compromiso educativo cristiano de los padres, a los que conviene ayudar a realizar esta tarea incluso desde antes de que nazcan sus hijos, visitándolos en sus casas, preparando alguna convocatoria periódica, ofreciéndoles algunas catequesis sencillas, etc.
Debemos tomar en serio la catequesis previa con padres y padrinos, bien en pequeños grupos o de manera personal y directa. La preparación del Bautismo de los niños hay que comenzarla con los futuros padres antes de que nazcan los hijos. En la Liturgia de la Iglesia hay un rito de bendición para las gestantes que apenas utilizamos y que es muy apreciado por las mamás cuando se les ofrece a tiempo. Esta celebración puede ser una buena manera de preparar otras actuaciones más personales y exigentes.
En las parroquias en las que hay abundantes bautizos es bueno hacerlos de vez en cuando en la Eucaristía dominical de la comunidad, para que tome conciencia la Asamblea de que la comunidad crece. Hacerlo con prudencia, ya que con demasiada frecuencia rompe el sentido litúrgico del domingo cristiano y puede llegar a aburrir a los fieles.
No conviene ser demasiado simplista ni rígido. En lo que hay que insistir es en los elementos esenciales: preparación personal adecuada y celebración verdaderamente religiosa y sincera. Otras circunstancias como los calendarios fijos, las celebraciones comunitarias, etc. son menos esenciales y bastante más relativas en estos tiempos en los que hemos de concentrarnos en lo más substancial.
En cuanto al lugar apto para celebrar el bautismo hay que atenerse a la normativa diocesana: deben ser las parroquias con pila bautismal.
El Bautismo de adolescentes y adultos
Cada vez se van haciendo más frecuentes en nuestras parroquias los Bautismos de adolescentes e incluso de adultos. Conviene hacer las cosas con la seriedad que estas situaciones reclaman de nosotros. Se trata de poner en práctica las orientaciones del Ritual de la Iniciación cristiana de adultos (RICA). En estos casos es preciso asegurar una preparación doctrinal y moral adecuada, teniendo en cuenta la edad del catecúmeno y sus circunstancias personales y familiares.
Se trata de un trabajo muy personalizado. Cuando haya varias personas que solicitan el Bautismo, siendo ya adolescentes o adultos, sería conveniente, para favorecer una buena formación, aglutinar grupos interparroquiales, según las edades y circunstancias, sin romper el vínculo con la comunidad parroquial.
La Confirmación, celebrada como culminación de la Iniciación cristiana
Para muchos jóvenes, a veces incluso adolescentes, el sacramento de la Confirmación supone la culminación real de la Iniciación cristiana. Es un momento de especial y favorable para profundizar en la fe y la aceptación de las gracias recibida en el Bautismo y la Eucaristía.
Con los jóvenes y adolescentes, hay que hacer, con prudencia pero con decisión, un planteamiento de sana exigencia en cuanto a los aspectos doctrinales y vitales de la preparación. No podemos admitir a recibir el sacramento de la Confirmación sino a aquellos jóvenes que estén sinceramente dispuestos a renovar sus promesas bautismales y cumplir las «exigencias básicas» de la vida cristiana. Estas «exigencias básicas» las podemos concretar en la asistencia a la Misa dominical, la aceptación real de las enseñanzas doctrinales y morales de la Iglesia, junto con el deseo sincero de vivir en gracia de Dios, cumpliendo los mandamientos de Dios y de la Iglesia. Al menos, hay que presentar estas exigencias como meta de llegada.
El sacramento de la Confirmación debe de ofrecerse también a todos los adultos, que aún no lo han recibido, especialmente a las personas que asisten con regularidad a la Parroquia o a los miembros de los Movimientos y Asociaciones. Puede ser un momento de gracia muy significativo en la vida de muchas personas.
Incluso se debe de ofrecer a las parejas de novios que preparan la celebración de su Matrimonio, y que no están confirmados. Sería una etapa muy fructífera de la preparación.
La Reconciliación y Penitencia
La Parroquia, casa y hogar de reconciliación, debe cuidar especialmente la celebración de este sacramento. Ofrecemos algunas sugerencias.
Se debe facilitar a los fieles la celebración personal del sacramento de la penitencia, de la mejor manera posible, teniendo en cuenta las actuales orientaciones de la Iglesia y la caridad pastoral de la acogida.
Dadas las dificultades existentes, hemos de hacer un esfuerzo positivo para facilitar a los fieles el que puedan celebrar personalmente el sacramento de la Penitencia, cuando se vean con la necesidad de hacerlo, con el tiempo y el detenimiento que necesiten, hasta recibir la absolución de sus pecados con la preparación personal y las disposiciones que requiere un verdadero arrepentimiento.
Siendo de tanta importancia la celebración frecuente del sacramento de la Reconciliación para la vida espiritual de los fieles, es muy conveniente exponer en la cancela de la Iglesia el calendario y horario previsto para la celebración sacramental de la penitencia en sus diferentes formas legítimas a lo largo del curso pastoral.
En los tiempos penitenciales (Adviento y Cuaresma) conviene organizar celebraciones comunitarias del sacramento de la penitencia, con confesión de los pecados y absolución individual.
Estas celebraciones incluyen una celebración más amplia de la Palabra de Dios, una experiencia comunitaria del arrepentimiento y del gozo de la reconciliación y del perdón. En estas celebraciones comunitarias no se puede eliminar el elemento personal que forma parte del sacramento que consiste en la confesión de los pecados, a la cual sigue la recepción personal de la absolución, tal como lo prescriben las normas de la Iglesia.
La Unción de enfermos
En las Parroquias va apareciendo cada vez más la necesidad de organizar una pastoral de enfermos, con grupos organizados que visiten en sus domicilios a los enfermos crónicos, a los ancianos impedidos, cada vez más numerosos. Además esta atención pastoral domiciliaria es un buen modo de establecer relaciones con algunas familias y personas alejadas.
Dentro de esta pastoral ocupa un lugar destacado la Unción de los enfermos. Las Orientaciones doctrinales y pastorales que acompañan al actual Ritual de la Unción (RU) ofrecen directrices y sugerencias concretas que, si las ponemos en práctica, nos pueden ayudar mucho en la atención pastoral a nuestros fieles en este momento decisivo de su vida.
Conviene tener presente, como señala el citado Ritual, que la “santa Unción está destinada a los que se encuentran seriamente afectados por la enfermedad y no a los moribundos” (RU 47 c; cf. ib.8-12). La Unción no es, por tanto, el sacramento de los que están a punto de morir ni tampoco de las personas de «la tercera edad». Es para personas que por una u otra razón “ven su vida en grave peligro» (RU 8).
La Unción es sacramento de enfermos y «sacramento de Vida», por lo que no se debe dejar «su celebración para última hora». Por eso mismo es muy aconsejable hablar de este sacramento varias veces al año y organizar alguna celebración comunitaria de la Unción o celebrarla con algún enfermo en un clima de fe y de participación familiar, con algunos miembros de la Parroquia y amigos.
El Matrimonio
Cuando una pareja, hoy, decide «casarse por la Iglesia», incluso aunque su fe sea débil y sus motivaciones confusas, están ya en la antesala de un momento especial de gracia para ellos. Es una ocasión muy especial para que pueda darse un encuentro con el Señor y con la Iglesia que marque el inicio de una familia cristiana, de la que va a depender también la educación en la fe de sus hijos.
Hay que poner mucho empeño en esta tarea y cuidar especialmente su preparación mediante cursillos, convivencias, etc., ofreciendo, al menos en algunos lugares, la posibilidad de una preparación más amplia y prolongada a aquéllos que estuvieran dispuestos a aceptarla. Hay que ir cambiando el sentido de los “cursillos”: no se trata de una preparación inmediata para casarse, sino una auténtica preparación para “el matrimonio y la vida familiar”, que debe continuar. En los cursillos preparatorios hay que exponer la doctrina acerca del valor específico y propio del Matrimonio sacramental, sus cualidades, las metas de la espiritualidad cristiana matrimonial. No se puede dejar de exponer la doctrina de la Iglesia acerca del ejercicio responsable de la paternidad y maternidad, de forma sencilla y clara. La falta de formación de nuestros fieles en esta materia es una deficiencia grave en la vida de nuestra Iglesia.
Conviene recomendar a los fieles que celebren la boda en su Parroquia, en la de alguno de los dos, o en la Parroquia donde vaya a residir el nuevo matrimonio. En cualquier caso siempre deberíamos avisar al párroco de la parroquia donde va a residir el nuevo matrimonio, con el fin de que los visite y los tenga en cuenta para sus convocatorias. En esto, hay que dar a nuestro trabajo un carácter de mayor seguimiento, de mayor iniciativa, con un esfuerzo expreso para salir al encuentro de los fieles desde la Parroquia.
El sacramento del Orden sacerdotal
Aunque el sacramento del Orden no se celebre normalmente en las parroquias, es evidente que está presente en todas ellas de manera singular. En las parroquias está presente el ministerio apostólico del Obispo, bajo cuya autoridad preside el párroco la parroquia que le ha sido confiada; está presente por supuesto el ministerio sacerdotal del presbítero al servicio de la fe, de la vida litúrgica, de la comunión eclesial y del ejercicio de la misión apostólica de la comunidad entera.
Por eso mismo entra dentro de la recta formación de los fieles el conocimiento y estima del ministerio sacerdotal en sus diferentes grados y en toda su plenitud eclesial, así como la colaboración efectiva para que no falten en la Iglesia diocesana las necesarias vocaciones para el ministerio ordenado. Es bueno, programar «un día especial de oración por las vocaciones».
Estas vocaciones son, hoy, en nuestra Iglesia una necesidad urgente. Todos los sacerdotes y los agentes de pastoral debemos tener la preocupación constante por descubrir y fomentar estas vocaciones en toda clase de grupos y comunidades. La escasez habitual de vocaciones para el ministerio y para la vida consagrada, puede ser síntoma de deficiencias graves en la vida religiosa y espiritual de nuestras familias y comunidades.
Otras celebraciones no sacramentales
Es conveniente organizar también en las Parroquias otro tipo de celebraciones no sacramentales, tales como celebraciones de la Palabra, rezo de Laudes y Vísperas, del Rosario, del Vía Crucis, exposición del Santísimo, novenas, romerías, etc.
Hoy, con demasiada frecuencia limitamos los actos de piedad a la Misa y poco más. En la tradición de la Iglesia y en nuestra tierra han existido otras muchas devociones que la tradición de cada lugar y el buen sentido pastoral aconsejan conservar y favorecer, realizadas siempre con dignidad y autenticidad. Es importante saber aprovechar los resortes positivos de la llamada “religiosidad popular» con sentido evangelizador.
Es muy provechoso constituir en las parroquias “grupos de oración». Existen Movimientos y Asociaciones que pueden ayudarnos con su experiencia y sus métodos. La oración asidua en común forma a los fieles y les ayuda a crecer en su vida espiritual y sus compromisos de acción. Curiosamente los grupos de oración atraen también a los jóvenes.
Celebraciones sin presbítero
Ha llegado la hora de preparar y organizar en algunos pueblos, donde el sacerdote no puede ir a diario, zonas rurales sobre todo, las celebraciones en ausencia de presbítero, empleando el Ritual preparado para ello, adaptándolo a la situación de cada lugar y formando a las personas que han de dirigir dichas celebraciones.
Está claro que las celebraciones en ausencia de presbítero no son equiparables a la celebración de la Eucaristía, por lo cual mientras sea posible los fieles deben acudir a la Misa dominical que se celebre en el entorno. Sin embargo, cuando la edad, la distancia o cualquier otra circunstancia dificultan seriamente la asistencia de los fieles a la Misa dominical, estas celebraciones sin presbítero les ayudan a celebrar cristianamente el domingo. Sobre todo si estas se alternan con prudencia y buen sentido.
CUESTIONARIO
para la reflexión personal y el diálogo de grupo
- ¿Qué son los sacramentos?
- “Por medio de los sacramentos Dios sigue comunicándose con nosotros, le encontramos y nos incorpora a su Cuerpo que es la Iglesia”. ¿Valoramos la vida sacramental, especialmente la celebración de la Eucaristía y la Penitencia, como fuente de la gracia de Dios?
- Los sacramentos tienen una dimensión comunitaria ¿Cuidamos preparar comunitariamente, y en familia, los sacramentos?
- La Iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía
- Quizás todos hemos completado la Iniciación cristiana: hemos recibido el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía: ¿Somos conscientes de su significado?
- Completar la Iniciación cristiana nos convierte en cristianos adultos ¿Vivimos, en la comunidad eclesial y en medio del mundo, como cristianos “adultos en la fe”?
- Los sacramentos de curación: Penitencia y Unción de enfermos
- Hoy, se habla poco de pecado; se ha perdido la conciencia de pecado. ¿Cómo podemos formar mejor nuestra conciencia para educarnos en el sentido del pecado y del perdón?
- “Visitar a los enfermos” es una obra de misericordia, ¿la suelo practicar? ¿Nuestra comunidad está atenta a las necesidades espirituales de los enfermos, con una pastoral organizada para atenderlos?
- Los sacramentos al servicio de la comunidad: Matrimonio y Sacerdocio
- Las rupturas matrimoniales son hoy muy frecuentes, incluso entre personas creyentes. ¿Cuido mi matrimonio, con el diálogo y la celebración de la fe en familia? La pastoral familiar es muy importante: ¿Conozco y me implico en las actividades formativas programadas?
- Las vocaciones sacerdotales y religiosas son hoy escasas, pero muy necesarias. ¿Nos sentimos implicados en la pastoral vocacional de la diócesis? ¿Podríamos organizar, en la Parroquia o en el movimiento, algunos momentos de oración por las vocaciones?
- La Parroquia y los sacramentos
- Revisamos este apartado y sacamos conclusiones concretas para mejorar la pastoral sacramental de nuestra Parroquia.