Tiempo de Cuaresma
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Tiempo de Cuaresma :
40 escalones hasta la Pascua
La Liturgia es una maestra que nos va enseñando el ritmo del tiempo y centra nuestra mirada en lo esencial: contemplar el misterio de Cristo y desde él contemplar el misterio del hombre. La Liturgia señala también los «tiempos fuertes»: tiempos especiales que nos ayudan a vivir las fiestas principales de nuestra fe. Uno de ellos, es la Cuaresma.
El tiempo «especialísimo» de Cuaresma
El Tiempo de Cuaresma es un período particularmente apto para despertar en los fieles el sentido de la vida cristiana concebida «como una gran peregrinación hacia la casa del Padre, del cual se descubre cada día su amor incondicionado por toda creatura humana y, en particular, por el hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32)».
Para entrar en la casa del Padre hay que franquear un umbral, «símbolo del paso desde el mundo herido por el pecado al mundo de la vida nueva al que todos los hombres son llamados» (CCE 1186). He ahí por qué la Cuaresma se inicia con la imposición de las cenizas y la invitación: «convertíos y creed al Evangelio» (cf. Mc 1,15).
El acto penitencial con que se inicia la celebración eucarística puede adquirir en Cuaresma un sentido particular. En él, la Iglesia implora la misericordia de Dios: frente a la misericordia del Padre, el creyente no puede sino situarse en la disposición de ánimo del publicano de la parábola evangélica (cf. Lc 18,13): expresar, con gestos y palabras, su arrepentimiento y reconocimiento de la propia indignidad para poder entrar en relación de fe con el misterio de Cristo que se celebra, y promover en él deseos de conversión. La conversión es un aspecto que caracteriza toda la existencia cristiana.
Unos signos concretos de Cuaresma
La Cuaresma son 40 días para acercarnos a la Pascua del Señor, 40 pasos para acercarnos de vuelta a la casa paterna… Es un largo recorrido, pero el camino se hace corto si eliminamos el peso de nuestros pecados y si avivamos el deseo ardiente de encontrarnos con la persona que más nos ama: Dios nuestro Padre, que nos aguarda a la puerta de la casa para darnos el abrazo de bienvenida, como al hijo pródigo.
El tiempo de Cuaresma es un tiempo propicio para la conversión, para enderezar la vida, para preparar los días de Pascua. Tres acciones nos ayudan:
La Oración. Se trata de intensificar el trato y la amistad con Dios, como fuente de todo bien. Se ha de incrementar durante toda la Cuaresma. Acudimos a Dios pidiendo fuerzas para realizar en nosotros mismos la reforma cuaresmal, para cambiar radicalmente nuestras formas de ser. ¡Qué la Palabra de Dios sea nuestro pan cotidiano de Cuaresma!
Decía Francisco: «En Cuaresma es saludable contemplar más a fondo el Misterio pascual, por el que hemos recibido la misericordia de Dios. La experiencia de la misericordia, efectivamente, es posible sólo en un cara a cara con el Señor crucificado y resucitado que me amó y se entregó por mí (Gál 2,20). Un diálogo de corazón a corazón, de amigo a amigo. Por eso la oración es tan importante en el tiempo cuaresmal. Más que un deber, nos muestra la necesidad de corresponder al amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene».
El cristiano reza con la conciencia de ser amado sin merecerlo. La oración puede asumir formas distintas, pero lo que verdaderamente cuenta a los ojos de Dios es que penetre dentro de nosotros, hasta llegar a tocar la dureza de nuestro corazón, para convertirlo cada vez más al Señor y a su voluntad.
El Ayuno y la abstinencia. Se trata de prescindir de cosas superfluas. Así descubrimos que el verdadero alimento nos viene de Dios: No sólo de pan vive el hombre. También, al negarnos algo que esté permitido, logramos un mayor dominio sobre mí mismo, fortalecemos la lucha contra las pasiones, alentamos la libertad espiritual y la reconciliación con Dios y los hermanos. Eso nos abrirá también a las necesidades de los demás, pues la privación voluntaria abre nuestro corazón a la comunicación de bienes.
El ayuno y la abstinencia, tiene un contexto más profundo y esencial que la simple privación de alimentos. No es el simple hecho de no comer carne; es una manera de mostrar el «señorío sobre nuestros propios instintos». Y nos lleva a otro ayuno espiritual: el ayuno del hombre viejo, el ayuno del pecado, la renuncia a los propios caminos para abrazar los de Cristo.
El Papa nos invitaba, hace unos años, a «un ayuno de las formas de mentira»: la charlatanería, el chismorreo, las falsas verdades, la calumnia. Dios quiere que nuestro diálogo se fundamente en la verdad: la oración es un diálogo que Dios entabla con nosotros y brota de su amor. El amor es una forma de hablar: un diálogo que brota del corazón a las palabras y de las palabras vuelve al corazón. Por eso, a veces el diálogo es simplemente «silencio contemplativo».
La limosna o misericordia. Nos abre a las necesidades del prójimo, a compartir con quienes no tienen. De este modo, alcanzamos la paz y la reconciliación con los hermanos.
Francisco nos decía: «Compartir con caridad hace al hombre más humano, mientras que acumular conlleva el riesgo de que se embrutezca, ya que se cierra en su propio egoísmo. Podemos y debemos ir incluso más allá, considerando las dimensiones estructurales de la economía». La limosna se reviste de muchos trajes: comida, amistad, comprensión, cercanía, visita al enfermo, perdón, cuido de la naturaleza… Recordemos las obras de misericordia, corporales y espirituales.
Estamos invitados a vivir una santa Cuaresma y a participar de las distintas celebraciones de nuestra parroquia o comunidad, para llegar bien dispuestos a la alegría del Tiempo Pascual.
1ª.- Participar de la celebración penitencial de mi Parroquia, propiciando una confesión personal, serena y reflexionada en la oración.
2ª.- Programar la celebración del Triduo Pascual en mi Parroquia, colaborando en su preparación, asistiendo a las Charlas Cuaresmales; participando activamente en la Eucaristía.