
No es un cuento, sino una enseñanza. Jesús nos decía el domingo pasado que «no se puede servir a Dios y al dinero». Es una frase programática de Jesús, que no hemos apropiado como un refrán. El Maestro insistirá en esta enseñanza desde diversos matices y con distintos ejemplos y parábolas.
Hoy los protagonistas de la parábola son el «pobre» Lázaro y el «rico» Epulón. Y como toda parábola tiene una enseñanza capital. Hoy se recoge en un cambio de situación: Quién ha puesto en esta vida todo su empeño en el dinero, pierde vida y dinero al morir, muere pobre; quién ha vivido en la confianza de Dios sin absolutizar los bienes, al morir gana en herencia la mayor de las riquezas, la vida eterna.
Ha querido Dios, que nuestra vida sea un anticipo de la vida eterna. Quiere Dios que nos ganemos la vida eterna con nuestra conducta en la vida presente. Y no se trata sólo de ver las apariencias externas. Jesús mira la profundidad del corazón e insiste: quien sólo ama el dinero, no puede amar a nadie. El rico Epulón, centrado en su satisfacción, no es capaz de compartir ni las migajas de la mesa.
Hoy, hay nuevos ricos y nuevos pobres. Descubrir la riqueza es fácil: así lo hace la ostentación, el lujo llamativo e incluso el insulto de decir al otro yo tengo más que tú y te lo demuestro con mis continuos gastos ostentosos.
Es más difícil descubrir hoy a los nuevos pobres: ellos carecen de todo, pero a veces lo disimulan bien. Hay pobreza escondida, pobreza vergonzante: el joven que no puede triunfar en la vida, y se entiende por triunfo, simplemente encontrar un trabajo; el padre de familia en paro, después de haber dedicado parte de un vida a un empresa, que ahora es asumida por una multinacional que no conoce rostros concretos, sino números rojos o superávit; la madre de familia que tiene que hacer equilibrios para llegar a final de mes. Los niños abandonados por padres con disputas, el drogadicto, el enfermo, el anciano solitario. Son los nuevos pobres, que crean esta sociedad opulenta en unos pocos, y pobre, vergonzosamente pobre, en la mayoría.
Jesús parece decirnos en esta parábola: No se puede ser amigo de Dios en la eternidad si ahora dejamos morir al hermano en la miseria. Dios quiere que todos los hombres se salven, pero quiere sobre todo que nos salvemos juntos. Dios quiere contarnos entre sus amigos, pero la amistad y el amor no se imponen; requieren libertad: en mi vida de cada día, aquí en la tierra, estoy llamado a invertir en futuro, en poder alcanzar un día la felicidad de la vida eterna.
Expulsemos de nuestro corazón al rico Epulón y miremos con caridad al pobre Lázaro. A veces, el éxito definitivo depende de una mirada correcta.
Alfonso Crespo Hidalgo