Un hermoso retrato. El evangelista, cuando narra la visita de los pastores al portal de Belén, nos dice: Encontraron a María, a José y al Niño. Aquellos sencillos y humildes pastores, fueron a ver a un niño y se encontraron una familia. Cuando adoramos el misterio de Belén, estamos contemplando el misterio de la Sagrada Familia. Un hermoso retrato.
El Evangelio que proclamamos hoy nos narra una escena entrañablemente familiar, que meditamos en los misterios gozosos del Rosario: «El Niño perdido y hallado en el Templo». José y María, como una familia más de Nazaret, cumpliendo lo que manda la Ley peregrinan al Templo de Jerusalén a presentar a su Hijo, ya casi adolescente. Y a la vuelta «se pierde el Niño Jesús». ¡Una travesura!, pensarían sus padres. María y José le buscan afanosos y volviendo hasta Jerusalén encontraron al Niño en el templo, en medio de los doctores. María, con corazón de madre, le recrimina, bajo la mirada seria de José: ¡Hijo, te hemos estado buscando! ¿Por qué nos has hecho esto? Y Jesús les contesta de forma desconcertante: No sabéis que debo ocuparme de las cosas de mi Padre.
Jesús, ya desde la infancia, les revela que tiene una misión que cumplir, la que le ha encomendado su Padre Dios. Y María y José, descubren ante todo que el Niño no les pertenece en exclusividad: Él es el Salvador de todos. María, buscando a su hijo, encontró al Hijo de Dios.
El relato del Evangelio de hoy, termina con unas palabras testimoniales: Jesús, el Hijo de María, el Hijo de Dios, iba creciendo en sabiduría, en estatura y la gracia de Dios lo acompañaba. Se trata de un niño normal de una familia normal, que cumple las tradiciones de su pueblo, que describe el libro del Eclesiástico: quien honra a sus padres, acumula tesoros. El niño se convertirá en un joven que sorprenderá a propios y extraños cuando irrumpa en la vida pública proclamando el cumplimiento de la promesa ansiada por el pueblo judío y deseada por todos los hombres de buena voluntad: la salvación del género humano, la esperanza de una vida que rompa la tiranía de la muerte.
Nazaret es un canto a la sencillez de una familia, que vive el clima de relaciones que reclama san Pablo a los colosenses: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión… sobrellevaos mutuamente y perdonaos… y por encima de todo el amor… Se trata del verdadero amor: el amor de Dios, que se hace Hombre, Hijo de Dios; el amor de Dios, cultivado en el corazón y el vientre de una mujer que dijo sí a Dios, aunque no comprendía; el amor de Dios, acogido en la grandeza de un hombre sencillo, José, que sabe estar en un segundo plano. Aparentemente, nada excepcional, solamente lo que debería ser normal en toda familia: el amor como centro y motivo único.
Cuando hay tanta sensibilidad para proteger la naturaleza, para defender el patrimonio artístico, podemos afirmar que la familia es el canto mayor a la naturaleza creada y el bien más rico que puede cuidar el ser humano. Deberíamos exigir sin complejos que la familia sea declarada «patrimonio de la humanidad». Tuit de la semana: Donde está tu tesoro está tu corazón. La familia es un tesoro entrañable: ¿Cuido mi familia con afán y pongo en ella mi corazón?
Tuit de la semana: Donde está tu tesoro está tu corazón. La familia es un tesoro entrañable: ¿Cuido mi familia con afán y pongo en ella mi corazón?
Alfonso Crespo Hidalgo