
Al tercer domingo de Adviento, popularmente se le denomina como el «Domingo de la Alegría». Su nombre viene de la segunda lectura, en la que el apóstol Pablo recomienda a los fieles de Corinto: ¡estad siempre alegres! Recomendación que hoy se dirige a nosotros. Pero podemos preguntarnos: ¿Realmente hay motivos para la alegría, cuando nos rodea el agobio irrespirable de esta pandemia y se ha instalado la tristeza como una nube baja?
La auténtica alegría no brota del ambiente que nos envuelve sino que mana suavemente de lo profundo del corazón. Si no, confundimos la alegría con una sonrisa forzada de cara a la galería. La alegría es la expresión de lo que acontece por dentro: un hombre alegre es el que manifiesta que en su interior, en la totalidad de su vida las cosas van bien, sus relaciones son buenas y su vida tiene la serenidad de vivir con sentido… a pesar de las dificultades, los contratiempos y la debilidad de lo humano que siempre nos acompaña.
Juan el Bautista se nos presenta como un hombre que vive la vida con profundo sentido. Sabe bien por qué vive y para qué dedica sus esfuerzos. El Bautista recibió de Jesús el mayor piropo que se puede decir. Señalándolo, dijo Jesús de él: Es el mayor hombre nacido de mujer. Quizás respondía así el Señor al halago que Juan le había dedicado, poco antes, señalándolo como el Cordero que quita el pecado del mundo, el Mesías esperado.
Pero este intercambio de alabanzas no convierte a Juan en un engreído o un soberbio insoportable. Sino que lo afirma aún más en su misión: Yo no soy el Mesías, dirá a aquellos que quieren convertirlo en bandera para sus intereses. Y afirma rotundo: Yo soy simplemente una voz que clama en el desierto, y os grita: preparad el camino al Señor.
El éxito momentáneo de su bautismo, es relativizado por el mismo profeta, revestido con la austeridad de una piel de camello: Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay uno que viene detrás de mí, pero que existía antes que yo, y al que no soy digno de desatarle la correa de la sandalia. El os bautizará con Espíritu Santo.
Esta alabanza, que hemos convertido en refrán, es la base de la humildad del Bautista y su enseñanza: cuando el hombre se compara con otros hombres surge el orgullo, la soberbia y la opresión sobre el más débil. Pero cuando el hombre se compara con Dios, cuando mira la grandeza de Dios hecho niño como nosotros, crucificado y resucitado, entonces se ve en lo que es: simplemente criatura entre las criaturas, hombre entre otros hombres, hermano entre sus hermanos.
Juan Bautista recibió muchos dones de Dios y los administró con humildad: los reconoció como un regalo y los convirtió en riqueza que redundó en beneficio de todos.