
Cuántas cosas inútiles en nuestros armarios. Con frecuencia necesitamos una limpieza a fondo de nuestros trasteros: vamos acumulando cosas que nos impiden que resalte lo auténticamente necesario. Por eso, a veces nos da una locura y hacemos limpieza general: tiramos incluso cosas que creíamos que iban a servir, que habíamos cambiado de armario a armario. Y es que, realmente, hay pocas cosas importantes y muy pocas cosas esenciales.
Jesús, cuando envía a sus discípulos a evangelizar al mundo los quiere ligeros de equipaje… sin alforja ni dinero, sin túnica de repuesto. Ante una meta esencial como es la predicación del Evangelio, es fundamental que no haya cosas superfluas que impidan que brille la claridad del mensaje. La fuerza del mensajero reside en la calidad del Mensaje y en la agilidad y rapidez de su comunicación.
Ir sin cosas, no es ir desnudo: los primeros evangelizadores no llevaban nada de repuesto, pero llevaban “el poder de lo puesto”: una fe viva y un convencimiento en que la fuerza viene del Señor. Por eso, la debilidad aparente no es real: la energía interior de la fe en el Maestro, la firme esperanza en la vida eterna y el fuerte vínculo del amor hace de estos hombres sencillos unos débiles aparentes que sorprenderán con la energía de su apostolado: el evangelio llegará a todos los rincones del mundo.
Necesitamos unos cristianos, unas parroquias y una Iglesia más ligera de equipaje: ello supone poner la fuerza de la balanza en el Señor; sentirnos que somos enviados no en la debilidad de nuestras propias fuerzas sino en el poder de su gracia.
Este convencimiento alumbraría a unos cristianos más convencidos, que predicarían el evangelio con su propio estilo de vida; unas comunidades parroquiales que serían en sí mismas ya evangelizadoras por el testimonio de su vivir diario. Todo ello, daría origen a una Iglesia profética que inquietaría a los aclimatados a su propia indiferencia y mediocridad. Una Iglesia, sólo apoyada en la fuerza del Evangelio, cuya debilidad amedrenta a los soberbios del poder.
Jesús exige seguidores aguerridos: gente que dejando lo superficial sepan jugarse la vida por lo auténticamente esencial: Jesús y su Evangelio. Hoy, especialmente es necesario vivir y transmitir este mensaje: el poder de Dios no es de este mundo; en su aparente debilidad, en la fuerza de la fe y la esperanza está su auténtico poder. Un poder que garantiza para los hombres la auténtica liberación, la salvación añorada.