«Ligeros de equipaje como los hijos de la mar», nos invita el poeta a caminar por la vida. ¡Cuántas cosas inútiles acumuladas en nuestros armarios! Con frecuencia necesitamos una limpieza a fondo de nuestros trasteros: vamos acumulando cosas que nos impiden que resalte lo auténticamente necesario. Por eso, a veces nos da una locura y hacemos limpieza general: tiramos incluso cosas que creíamos que iban a servir, que habíamos cambiado de armario a armario. Y es que, realmente, hay pocas cosas importantes y, menos aún, esenciales.
Jesús, cuando envía a sus discípulos a evangelizar por los caminos del mundo los quiere ligeros de equipaje: que llevasen para el camino un bastón y nada más, pro ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no túnica de repuesto… Ante una meta esencial como es la predicación del Evangelio, es fundamental que no haya cosas superfluas que impidan que brille la claridad del mensaje. La fuerza del mensajero reside en la calidad del mensaje que lleva y en la agilidad y rapidez de su comunicación.
Ir sin cosas, no es ir desnudo: los primeros evangelizadores no llevaban nada de repuesto, pero llevaban «el poder de lo puesto»: una fe viva y un convencimiento en que la fuerza viene del Señor. Por eso, la debilidad aparente no es real: la energía interior de la fe en el Maestro, la firme esperanza en la vida eterna y el fuerte vínculo del amor, hace de estos hombres sencillos unos débiles aparentes que sorprenderán con la energía de su apostolado: el evangelio llegará a todos los rincones del mundo.
Necesitamos unos cristianos, unas parroquias y una Iglesia más pobre, «más ligera de equipaje»: ello, supone poner la fuerza de la balanza en el Señor; sentirnos que somos enviados no en la debilidad de nuestras propias fuerzas sino en el poder de su gracia. Este convencimiento, alumbraría a unos cristianos más convencidos, que predicarían el Evangelio con su propio estilo de vida; unas comunidades parroquiales que serían, en sí mismas. ya evangelizadoras por el testimonio de su vivir diario. Todo ello, daría origen a una Iglesia profética que inquietaría a los aclimatados a su propia indiferencia y mediocridad. Una Iglesia, sólo apoyada en la fuerza del Evangelio, cuya debilidad amedrenta a los soberbios del poder.
Jesús exige seguidores aguerridos: gente que dejando lo superficial quieran jugarse la vida por el Evangelio. El poder de la Iglesia no es el poder de este mundo sino la fuerza de su Mensaje: la fortaleza de la fe y la esperanza. Un poder que garantiza la auténtica liberación, la salvación añorada.
Tuit de la semana: Todos somos llamados a ser discípulos de Jesús; y algunos, a seguirle en el sacerdocio o la vida consagrada. ¿Pido por las vocaciones en la Iglesia?
Alfonso Crespo Hidalgo