
Caná de Galilea sería una aldea perdida en el olvido, si en ella no se hubiese dado un milagro: el primer milagro de la vida de Jesús. Una boda anónima colocó a una aldea en el mapa. Es un pasaje evangélico muy popular. Todos lo recordamos: María de Nazaret es invitada a una boda en la aldea vecina de Caná; seguramente es la boda de un pariente. Y María, que se hace acompañar por su Hijo, contemplándole orgullosa, estima que es el momento de presentarlo en público. Este es el único pasaje del Evangelio en el que María toma la iniciativa y casi «impone» a su hijo su propia voluntad.
Esta boda va a ser el pretexto para que Jesús manifieste su identidad hasta ahora oculta; aquel hijo de María de Nazaret, la esposa de José, esconde un secreto que tiene que ser revelado: es el Hijo de Dios. Y para manifestar este misterio Jesús se va a servir de un signo, de un milagro. Un milagro forzado, porque aún no ha llegado su hora, porque Jesús no es milagrero, sino que tan sólo hace signos prodigiosos cuando es necesario para que los hombres conozcan la salvación que Dios les envía.
El milagro ocurre así: es una boda y, como siempre, más invitados de la cuenta. Los novios viven una situación apurada, y andan nerviosos: se acaba el vino… ¡el ridículo va a ser espantoso! Sin embargo, la situación es percibida por María, desde el sensible olfato femenino. Y ella, madre, se compadece de aquella pareja de recién casados y comienza su estrategia: sabe que entre los invitados hay Alguien que les puede sacar del apuro. Pero sólo ella le conoce, porque sólo a ella se le ha revelado hasta ahora su identidad: su hijo es el Mesías Salvador.
Y le comenta a Jesús: No tienen vino. Jesús capta la indirecta y responde con evasivas: Todavía no ha llegado la hora de manifestarme… María insiste y con la dulzura de una madre pone al hijo en un aprieto: Haced lo que Él os diga, les dirá a los camareros… Y Jesús cede ante la súplica de María y ¡convierte el agua de aquellas seis tinajas de piedra en vino! El mayordomo acreditará su calidad: has dejado el buen vino para el final. Es el primer milagro de Jesús, movido por el amor de su Madre: ¡Un milagro para que no se aguase la fiesta!
En la primera lectura del profeta Isaías, también se habla de una boda: ahora la esposa es la ciudad de Jerusalén, que después del exilio vuelve a la patria, y el esposo el mismo Dios, que la seduce, llamándola mi favorita. Jerusalén simboliza a todos los creyentes de todos los tiempos y hacia ellos va la declaración de amor de Dios: Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo. El amor entre esposos es una de las imágenes que Dios nos ofrece para hacernos comprender el amor que siente por nosotros: como el de un padre a un hijo., como el de un esposo a su esposa. El amor divino es profundamente humano.
Haced lo que Él os diga. Esta recomendación de María, que provocó el primer milagro, se dirige también a nosotros. Es necesario, hoy, que la familia recupere el vino agradable del diálogo y el amor; que ore y hable de Dios, como en una tertulia amiga. Jesús es el «esposo» que está dispuesto a llenar la vida de alegría la vida familiar.
Tuit de la semana: A veces, calmamos la sed con agua y rehusamos brindar con el vino del amor. ¿Hago de mi vida familiar una fiesta o suelo ser aguafiestas?
Alfonso Crespo Hidalgo