Podemos titular este domingo como el “domingo del triple anuncio”. Las lecturas de hoy hablan de un triple envío de parte de Dios para comunicar su presencia en medio de los hombres. Primero envió al profeta Natán a la casa de rey David, profetizando la venida del Mesías; después al ángel Gabriel para comunicar a María que será la Madre del Salvador; y al apóstol Pablo como mensajero de esta Buena Noticia a todos los pueblos.
Dios se dirige al Rey David por boca del profeta Natán y le adelanta lo que será su futuro. David, el rey pecador pero arrepentido, ha prometido hacerle un templo a Dios. Y Dios le responde vaticinando para su pueblo un tiempo de esperanza y esplendor.
Promete a un hombre lo mejor, que tendrá descendencia y que ésta será grande: «estableceré detrás de ti un descendiente tuyo, un hijo de tus entrañas, y consolidaré tu reino. Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo… tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia».
Este marco del Antiguo Testamento encuadra la escena del Evangelio de hoy: Dios se dirige al hombre. Un ángel presta su voz a Dios y le comunica a una Virgen: «concebirás y darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo el Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su Reino no tendrá fin».
Dios cumple la promesa hecha al rey David. La descendencia del hombre se emparienta con el mismo Dios, y en Jesús, hijo de María descendiente de David, se realiza la herencia prometida. Pero Jesús es también Hijo de Dios, y en Él se realiza plenamente el deseo de Dios: «Yo seré para Él un Padre y Él será para mí un hijo».
Nosotros nos sumamos a esta historia de herencias divinas. Somos miembros del pueblo escogido, pueblo de reyes, sacerdotes y profetas. Somos hijos de adopción y coherederos. Y las palabras que un día Dios dirigió a David, «Yo seré tu Padre, tú serás mi hijo», palabras que después Dios Padre proclamó de Jesús «Este es mi Hijo, el Predilecto», estas palabras -hoy- están dirigidas a todos los hombres de todos los tiempos. Hoy puedo susurrar con temblor y piedad «Dios es para mí un Padre, y yo soy para Él un hijo».
Desde la Encarnación del Hijo de Dios, desde el sí confiado de María, cada hombre encuentra en Dios un Padre. Jesucristo, Dios hecho hombre, comparte con nosotros la mejor herencia del único Hijo: ser hijos de Dios. Y la generosidad de Dios se hace ternura entrañable al colocarnos ante los ojos amorosos del Padre y en los brazos cariñosos de María, Madre de Dios y madre nuestra. María, es un «regalo extra de Dios al hombre».
Al hombre de fe, ante tanto misterio no le queda otra actitud que un confiado: «Hágase en mí según tu palabra», uniendo al sí de María el sí confiado de toda la Iglesia.
El apóstol Pablo es un ejemplo primordial de mensajero de esta Buena Noticia.