«Se acerca el final…». No es una amenaza sino una profecía. El Evangelio de hoy, casi concluyendo el Año litúrgico, nos adentra en la idea del final de los tiempos. El final del mundo, es una cuestión siempre abierta e inquietante para todos: creyentes y no creyentes. Cuando algún agorero anuncia «que llega el final del mundo», todos sonreímos con autosuficiencia, aunque nos quedamos al acecho, «por si acaso». Pero, todos nos hacemos secretamente estas preguntas: ¿Tiene este mundo final? ¿Qué ocurrirá después de la muerte?
El evangelio utiliza un lenguaje apocalíptico en su respuesta: el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria… Es sólo un lenguaje, que no describe la posible realidad, pero sí tramite una enseñanza clara: «El cielo y la tierra pasarán, pero la Palabra de Dios permanece».
Nadie sabe el día ni la hora, pero sí sabemos que hay un final. Si nos quedamos sólo mirando el final de los tiempos, podemos caer en una tristeza agónica y desesperada: ¿Vale la pena tanto esfuerzo humano, tanta caridad cristiana para que luego al final todo se diluya, como un terrón de azúcar, en el olvido y el caos? Hay muchos que, respondiendo con un fatalismo sin fe, «malviven la vida» esperando la muerte que amenaza y llega. Incluso, algunos, presos de la desesperanza, se niegan a seguir viviendo y adelantan voluntariamente la muerte: la modernidad ha convertido el suicido en una «epidemia oculta».
No hay que perder el tiempo, descifrando signos que nos permitan saber cuándo será el final. La cita la concierta el Señor, no mi agenda. Y no valen las recomendaciones. La actitud correcta es otra: vigilar, estar atentos, manteniendo viva la esperanza: Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, decimos que el verano está cerca; pues cuando veáis que esto sucede, sabed que él está cerca… El mensaje de Jesús, nos regala la esperanza como compañera del viaje de la vida: Todo tiene un final… todo, pasa; pero hay algo que permanece: las promesas de Dios. Hay algo más allá del caos o la destrucción, algo eterno que acepta los cambios pero que impide el olvido. Es la promesa de Dios: El que cree en mí, aunque muera vivirá. Mi palabra es palabra de vida eterna.
La palabra de Dios no son voces anónimas, sino un diálogo amoroso entre el Creador y su criatura, entre Dios Padre y sus hijos. Diálogo que culmina en Cristo, Palabra de Dios hecha carne, que nos dice: Os lo aseguro: estaréis conmigo en el paraíso.
Tuit de la semana: Todo tiene un final, menos el amor: «el amor no pasa nunca». ¿Me paraliza el miedo a la muerte o alienta mi vida la promesa de la vida eterna?
Alfonso Crespo Hidalgo