A veces, hay detalles que pasan desapercibidos. El pasaje del Evangelio de hoy narra como María, después del anuncio del ángel de que sería la Madre del Salvador, «se levantó y se puso en camino “de prisa” hacia la montaña…. Su peregrinar tiene una meta: visitar a su prima Isabel.
María no emprende su viaje con desgana o compromiso, como en muchas de nuestras visitas familiares. Un adverbio nos da una clave: se puso en camino de prisa. Son las prisas del amor y no las urgencias de la ansiedad. María sabe, por el anuncio del ángel, que su prima, ya entrada en años, ha sido bendecida con un hijo. La imagina embarazada y con dificultades para afanarse en las tareas de la casa. Urge asistirla. La caridad allana el camino hacia la montaña.
María inicia una peregrinación para vivir un especial Jubileo; quiere, ¡necesita!, compartir con su prima y confidente la noticia que encierra en su vientre: lleva en sus entrañas al Mesías añorado. Apenas cruzó el umbral de la casa de Zacarías y saludó a Isabel, la señora de la casa, esta notó con sorpresa que saltó la criatura en su vientre. El precursor, el aún no nacido Juan Bautista, saluda con algazara a quien después presentará como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, el Salvador ansiado por los todos los pueblos.
La Visitación nos deja una de las conversaciones de más hondura teológica del Evangelio. Los «piropos» que el Evangelio pone en boca de Isabel, son las primeras letanías de alabanza a María: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¡Dichosa tú que has creído!
Las dos lecturas que acompañan la liturgia de hoy, tomadas del libro del profeta Miqueas y de la Carta a los hebreos, vaticinan el nacimiento del Mesías y los frutos de su Redención. El profeta anuncia a Belén su grandeza: de ti, pequeña Belén, sacaré al que gobernará a Israel… pastoreará hasta los confines de la tierra… Es una profecía del nacimiento de Cristo. La Carta a los hebreos, es una hermosa catequesis sobre las frutos del sacrificio de Cristo en la Cruz: conforme a su voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.
Nosotros somos parte de esta historia. Belén es el origen y la Cruz su punto culminante, antesala de la Resurrección. María es testigo de los dos momentos: en Belén dio a luz al Mesías, junto a la Cruz nos recibió a todos como hijos de adopción. El sí generoso de María, que nace de la fe, engendró aquella peregrinación jubilar hasta la casa de Isabel para compartir la esperanza de la salvación y hacer visible la caridad fraterna.
Hoy, nosotros, como Isabel, agradecemos a María su sí confiado y le alabamos, con la bienaventuranza primordial: ¡Bienaventurada tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se ha cumplido!
Tuit de la semana: A veces, no sabemos gozar del ritmo sosegado del tiempo. Preguntémonos: ¿Qué provoca mis prisas y ansiedades? ¿Es el amor?
Alfonso Crespo Hidalgo