
El evangelio de hoy narra un acontecimiento extraordinario. En este domingo, celebramos la fiesta de la Transfiguración del Señor. La transfiguración es una transformación de algo e implica un cambio de forma de modo tal que revela su verdadera naturaleza oculta. El evangelio narra un episodio especial en la vida de Jesús. Acostumbrados a ver a Jesús por los caminos de Galilea, o bien deteniéndose para realizar un milagro, la escena de hoy nos parece extraña: de pronto el centro de todo no es una enseñanza ni una curación, sino la contemplación del mismo Jesús en su gloria.
El Maestro sube al Monte Tabor y muestra su gloria a tres de sus apóstoles: Pedro, Santiago y Juan. Mientras oraba, los apóstoles vieron a Jesús con un resplandor que casi no se puede describir con palabras: su rostro brillaba como el sol y sus vestidos eran resplandecientes como la luz. Jesús aparece acompañado de Moisés y Elías: los representantes de la Ley y de los profetas, que vienen a dar testimonio de Jesús, en quien se cumple todo lo que anunciaron los la Ley y los profetas. Quedan asombrados y Pedro lanza una propuesta: ¡Qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, harem tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías! El discípulo está tan embelesado con la escena que se olvida de buscar cobijo para sí mismo y sus compañeros. Pedro contará esta experiencia en su segunda carta.
La Transfiguración del Señor, nos muestra, como un anticipo, la gloria futura: «nos trae un poquito de cielo a la tierra». La Transfiguración nos manifiesta la plena identidad de Jesús, oculta en su humanidad: nos revela que aquel hombre es el Hijo de Dios. El Evangelio lo relata así: una nube luminosa los cubrió con su sombre y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo». Los Santos Padres hablan de la Transfiguración como de una verdadera teofanía del misterio de Dios trinitario: en la escena de la Transfiguración, el Espíritu se hace presente en la nube que envuelve a Jesús y a los Apóstoles y santo Tomás comenta: «Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa».
Celebrar cada año la fiesta de la Transfiguración del Señor nos invita a revitalizar en nosotros, los discípulos, virtudes teologales que nos unen a la Trinidad: una fe viva en el Hijo de Dios que, al contemplar su gloria, activa nuestra esperanza de alcanzar la vida eterna y hace más dinámico el mandamiento del amor, que se hace visible en la práctica de la caridad inteligente hacia los más necesitados.
La tentación de la Transfiguración, es confundir «el cielo con las nubes» y quedarnos en ellas, lejos de la realidad de la tierra y de la vida cotidiana.
Se trata de gozar de un poquito del cielo en la tierra para poder seguir caminando, con los pies en ella: entre las penas y las alegrías… hasta alcanzar la plenitud del cielo. Allí compartiremos con Pedro, Santiago y Juan, con Moisés y Elías, la visión plena de Dios: ¡Qué bien estaremos allí!
Alfonso Crespo Hidalgo