
A veces nos acostumbramos a los líderes fáciles, a la demagogia de dirigentes que a toda costa quieren estar los primeros y mantenerse en los puestos de poder. Quizás les cuesta llegar, pero una vez colocados en la cúspide se olvidan de aquellos que lo han encumbrado. Son los falsos pastores, que se ceban con la carne del rebaño…
Jesús nos propone hoy un modelo distinto. Arranca de la vida del pueblo judío, un pueblo agrícola y ganadero, una de sus imágenes más reales y poéticas: la imagen de un pastor al frente de sus ovejas. Y describe las actitudes del pastor, desarrollando una de las parábolas más bellas del Evangelio.
Un buen pastor, va al frente de sus ovejas, las conduce al redil y las introduce por la puerta estrecha. Ellas se guían por su voz, una voz cálida que da seguridad, voz familiar que les avisa del peligro y señala los verdes pastos en los que apacentar. El buen pastor conoce a cada una de sus ovejas por su nombre… Y cuando se le pierde una, deja las otras 99 y sale en su busca.
Jesús es tajante: se propone a sí mismo como esa puerta estrecha por la que entrar en el verdadero rebaño. Exclama: ¡Yo soy el Buen Pastor: mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna!
La diferencia entre el líder fácil y el buen pastor la sitúa Jesús en una nota primordial: el falso líder viene a engordar su egoísmo con la bondad del rebaño; el buen pastor cuida de las ovejas y les da vida. Y esta vida comunicada tiene un símbolo total: la misma entrega de Jesús en la cruz. Cuando Jesús se propone como nuestro pastor, nos está invitando a amar a fondo perdido.
Un pastor así, es no sólo seguridad sino vida para el rebaño. Por eso Jesús anuncia con claridad: Yo les doy la vida y nadie las arrebatará de mi mano.
La Iglesia es el rebaño del Señor. Somos rebaño del Señor y nuestra esperanza es poder reunir a todos los hombres en un solo rebaño bajo un mismo Pastor. Es un sueño posible, porque nosotros seguimos a un Buen Pastor, al Mejor de los pastores: Jesucristo, el Señor.