El afán de los primeros puestos nos tienta a todos. El evangelio de hoy, recoge una escena ridícula, que hasta hace sonrojarse a los que la contemplan de lejos. Dos íntimos de Jesús, Santiago y Juan, se acercan al Maestro con una petición: Maestro, concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda…Así, podemos afirmar hoy, «saldremos en todas las fotos, coparemos todas las redes sociales…». El Maestro les corrige: No sabéis lo que pedís… Y les explica el camino para sentarse junto a él: ¿Estáis dispuestos a beber el cáliz que yo he de beber…? Ellos, afirman. Y los demás discípulos entran en competición: los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan… Su indignación no venía de la inconveniencia de la pregunta sino del riesgo de quedar ellos excluidos de los puestos de honor. ¡Es tan humano, querer ser el primero!
Jesús responde con una enseñanza que cambia el corazón y también la intención de sus preguntas; les dice: Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes oprimen. No sea así entre vosotros: el que quiera ser más grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. ¡Difícil! Solo una fuerte motivación puede cambiar los deseos explícitos de Santiago y Juan, que son los mismos deseos, no expresados, de los otros diez: ser los primeros. Y Jesús se la brinda: No he venido para que me sirvan, sino para servir y a dar la vida en rescate por todos. Si esta es la actitud del Maestro, ¿no debe ser también la del discípulo?
Normalmente al escuchar estas palabras de Jesús: dar la vida, solemos pensar en el sacrificio último de la Cruz, olvidando que este gesto supremo se engendró a lo largo de toda una vida de entrega y servicio. La muerte de Jesús fue la culminación de un «desvivirse» constante a lo largo de los años. Día tras día, fue entregando sus fuerzas, su juventud, sus energías, su tiempo… La Cruz, fue el mejor sello, la garantía final, de una vida de servicio total a los hombres.
Los cristianos somos, seguidores de alguien que ha dado su vida por los demás. Esto no significa necesariamente que se nos vaya a pedir sacrificar nuestra vida en un gesto único como el martirio, como a tantos misioneros, pero sí es una llamada a entender nuestro vivir diario como un servicio, un «desvivirse por el hermano». Cada cristiano, la Iglesia como comunidad, estamos llamados a dar lo más vivo de nosotros: la alegría de nuestra fe, la esperanza que nos sostiene desde dentro, la caridad que se convierte en ayuda fraterna. Tomémonos en serio la advertencia de Jesús: «sólo quien da su vida por los demás, la gana para siempre: ¡solo quien se desvive, sabe vivir»!
Tuit de la semana: Todos vivimos con la insatisfacción de querer «vivir mejor», sin saber que el secreto de vivir es «desvivirse». ¿Yo simplemente vivo o me desvivo?
Alfonso Crespo Hidalgo