María es madre. De Jesús y de todos nosotros, los que creemos en Él. Por eso su corazón es un volcán de amor, de entrega y de servicio. Es amada por Dios, y nosotros, sus mortales hijos, tenemos en su corazón un refugio permanente en el que nos sentimos seguros cuando nos rodean los peligros y donde encontramos el alivio a todas nuestras penas. Acudir al corazón de una madre tan especial nos da fuerzas para seguir caminando por la senda de que nos conduce a la salvación.

No importa que no la veamos. Sabemos que la gracia divina está presente en los que creemos en Jesús. Con ella se nos otorga un