Somos propensos a enmendar las conductas de los otros. No porque no se ajusten a la justicia y a la verdad, sino porque no coinciden con nuestras apreciaciones de lo que está bien o no lo está. Damos consejos, juzgamos y hasta nos atrevemos a dictar sentencias condenatorias basándonos únicamente en nuestros propios criterios o intereses. Con ello no conseguimos más que dañarnos a nosotros mismos. Mejor nos iría, en vez de estar tan pendientes de los demás, si nos mirásemos nosotros interiormente y corrigiéramos nuestros muchos defectos.

¡Cuántas veces juzgamos a los otros sin compasión alguna! Más nos valdría estar abiertos al perdón hacia los que no piensan como nosotros, o a