La confianza en Dios es lo que muchas veces nos falta. A menudo, porque nos consideramos suficientemente fuertes para acometer solos tareas que nos superan. Pecamos de soberbia. Y fracasamos porque lo que pretendemos realizar no es del agrado del Señor, o porque nuestra autosuficiencia es motivo más que suficiente para que todo se vaya al traste. Él es el apoyo imprescindible con el que siempre tenemos que contar, si realmente queremos hacer algo conforme a su voluntad y no movidos por nuestros particulares intereses.
Aunque duela, aunque conlleve sufrimiento y menosprecio, lo correcto es ir con la verdad por delante. Mostrarnos a los demás como realmente somos. No fingir.