
Nadie puede servir a dos señores, nos recuerda el Evangelio de hoy. Incluso lo hemos recogido como uno de nuestros refranes populares: No se puede servir a Dios y al dinero.
En el mundo actual, junto a la buena noticia del desarrollo y el progreso, de la elevación del nivel de vida y al aumento de la renta per capita en un sector minoritario de la población mundial, se escode o disimula con estadísticas frías la multitud de pobres y subdesarrollados económica y culturalmente. Pero no solo en la globalidad, sino en la cercanía de nuestro país o ciudad. Solemos decir, eludiendo cualquier responsabilidad, que son causas estructurales, pero debajo coexisten actitudes personales que las generan: la injusticia, la rapacidad, la ambición y el egoísmo exacerbado individual o colectivo.
Convivimos en un mundo salvaje que hace del otro un rival a quien eliminar o de quien aprovecharme y no un hermano a quien cuidar. El profeta Amós, denuncia con energía a los que pisotean al pobre y eliminan a los humildes del país. Y advierte: El Señor no olvidará ninguna de sus acciones. No es una amenaza de condena, sino una invitación a la conversión y cambio de actitud.
En el Evangelio, Jesús nos brinda otra parábola cargada de fina psicología: un administrador infiel va ser despedido por su señor; es una catástrofe para él, pero se prepara el despido, condonando deudas de acreedores para después poder acudir a ellos en demanda de ayuda: es un administrador infiel pero astuto. Incluso Jesús alaba su astucia para ofrecernos una enseñanza: ganaos amigos con el dinero de la iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.
La profecía de Amós y la parábola de Jesús, nos ofrecen una visión concreta de cómo construir una fraternidad universal. El profeta denuncia todo trato opresor del hermano, toda injusticia contra el pobre. La parábola del administrador infiel y astuto, nos exhorta a negociar con los dones del Señor al servicio del prójimo, sin que la idolatría del dinero nos aprisione, porque no se puede servir a Dios y al dinero… De hecho, quien sirve a Dios se convierte en siervo de los hermanos. Y quien capitula ante el dinero, se convierte en opresor solapado de los más débiles.
Estas enseñanzas bíblicas son actualizas por el magisterio de la Iglesia, constituyendo lo que se denomina Doctrina Social de la Iglesia. Ella es un eco de la palabra de Dios: la voz de los profetas y la enseñanza de Jesús, que interpela a la humanidad y exige una respuesta de cuantos nos titulamos cristianos. Una Doctrina Social, quizás poco conocida y por ello poco practicada.
Pablo dice a su querido discípulo Timoteo: Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. La palabra de Dios nos está obligando, hoy, a descubrir en nuestra propia vida, individual y social, las injusticias que contra los pobres cometemos o que estamos permitiendo que se cometan. La invitación del apóstol a que se hagan súplicas, oraciones, peticiones, acciones de gracia, por toda la humanidad… para que podamos llevar una vida sosegada, con toda piedad y respeto … es una llamada a la construcción de un mundo más fraterno, a adelantar el cielo a la tierra.
Tuit de la semana: ¡Es una injusticia!, gritamos, quejándonos del maltrato recibido. ¿Colaboro en construir un mundo más justo, que atienda al más pobre?
Alfonso Crespo Hidalgo