
Quien no carga con su cruz y me sigue… no pude ser discípulo mío, dice Jesús, volviendo la vista hacia los que le siguen por el camino. El Maestro ha puesto alto el listón para quien quiera pertenecer a su grupo.
La primera lectura de hoy pertenece al libro de la Sabiduría, un libro inspirado por Dios e ilustrado por la experiencia del sabio. Nos brinda una honda meditación acerca de los designios de Dios y nuestros pensamientos: ¿Qué hombre conoce el designio de Dios?, ¿quién comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los mortales son mezquinos y nuestros razonamientos falibles. El sabio acepta la incapacidad humana: nosotros apenas vislumbramos lo que hay sobre la tierra y con fatiga descubrimos lo que está a nuestro alcance… pero su sabiduría le hace levantar la mirada al cielo y reconocer una mente que nos supera e invita a confiar en él. Y le invoca: ¿quién conocerá tus designios si tú no le das tu sabiduría, enviando tu Espíritu? Quien recibe esta sabiduría del Espíritu, el verdaderamente sabio, la traduce en sabiduría de la vida: endereza sus sendas y aprende lo que agrada a Dios… y se salvará.
Jesús reclama a sus discípulos una opción total por él. Parece difícil aceptar esta invitación: si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío. Estas palabras del Maestro asustan, a primera vista. Adentrémonos en su enseñanza. El amor de Cristo exige posponer todos los demás amores. Posponerlos, no renunciar a ellos; relativizarlos empezando por los que están inscritos en la carne y en la sangre: los vínculos familiares. Y los que están inscritos en el propio ego: el amor a sí mismo. El Maestro nos enseña que solo si el amor a él es tan radical que ocupa el primer puesto, puede ser compatible con los demás amores, evitando convertir a alguno de ellos en absoluto, camuflado en egoísmo oculto: ¡cuántas veces nos hemos amado a nosotros mismos predicando que damos amor a los demás! Los discípulos hicieron suya esta enseñanza y hoy son para nosotros modelos ejemplares: entregaron su vida por el Maestro.
No podemos ser cristianos a «medias tintas». Seguirle a él requiere entregarlo todo. Por eso, quien quiera ser discípulo tiene que calibrar su propias fuerzas, poner todos sus dones al servicio de este empeño y pedir al Señor su ayuda. Jesús compara la vida con la construcción de una torre: no basta con poner los cimientos, hay que valorar las fuerzas para poner la veleta… No basta una torre a medio construir, una vida a medio hacer, una vida torcida sin una meta que llegue hasta el Señor… podemos ser un «hazmerreir», como muchas veces somos los cristianos mediocres. La vida es un combate y hay que ser estrategas: estamos llamados a vencer con Cristo. La vocación del cristiano es vocación a la santidad, pero pasa por la cruz: quién da su vida por Mi la gana, dice el Maestro.
San Pablo, en la breve carta dirigida a su amigo Filemón, le reclama que libere a su esclavo Onésimo, huido de su casa y convertido a la fe: que renuncie a la posesión de un esclavo para ganar a un hermano. Es la extraña lógica del Evangelio.
Tuit de la semana: Solemos eludir la cruz. Sin embargo, Cristo nos invita a cargar con ella. ¿Sigo al Maestro, imitando su amor desinteresado hacia todos?
Alfonso Crespo Hidalgo