Se nos ha dado la fe no para que la tengamos como cosa propia, uso particular y gozo personal, sino para que las transmitamos a los demás. Cada uno en la medida de sus posibilidades debe convertirse en misionero que pregone la Buena Nueva de Jesús, porque muchos lo están esperando. La predicación debe comenzar por entre los más cercanos a nosotros, para que éstos puedan sentir también la alegría de reconocerse como hijos de Dios.
Desde los comienzos de la historia del cristianismo se ha venido insistiendo en que el amor es el mandamiento esencial que Cristo nos ordenó practicar