Es frecuente que nos consideremos diferentes a los otros. Incluso superiores, por formación, creencias, gustos, etc. Hasta por posición social. Se nos olvida que todos somos iguales, aunque unos tengan unos dones diferentes. Todos, en resumen, somos hijos del mismo Padre Dios, que nos manda que vivamos en armonía, pues en su casa no quiere más distinciones que el deseo de cada uno por ser el primero en el servicio. De esta manera sí lograremos convivir como la auténtica familia de los creyentes que solamente buscan el bien común.

No importa que no la veamos. Sabemos que la gracia divina está presente en los que creemos en Jesús. Con ella se nos otorga un