Los cristianos estamos llamados a amar a todos los hombres, porque en cada uno de ellos está Dios. Cada obra, por sencilla que sea, que hagamos con cada persona, recibirá su recompensa. Jesús nos espera en los pobres, en los enfermos, en los que está en la cárcel, en los desterrados, en los que son perseguidos… También en el vecino del al lado que nos resulta antipático. Aprendamos a ver el rostro de Cristo en cada uno de ellos.
La santidad no es para las personas tristes y amargadas. Ni para los que se quejan continuamente de que todo les va mal. Tampoco para