Ahí radica el verdadero amor, que lleva emparejado consigo la felicidad total de quien lo practica: entregarlo todo, sin quedarnos nada para nosotros. ¿Tarea difícil? Por supuesto, pero posible, como lo han demostrado tantos y tantos seguidores de Jesús a lo largo de la historia. Cuando damos todo lo que somos y tenemos alcanzamos en este mundo una inmensa felicidad que solamente será superada por la que recibiremos en la otra vida.

Como miembros de la Iglesia que fundó Cristo, estamos llamados a ser misericordiosos con los demás, creyentes o no, pecadores o santos, y a mostrarles