Nos vendría bien reconocernos cómo somos en realidad. Sin falsas vestimentas. Y sin miedo. Para ser mejores personas, primero debemos abrirnos interiormente. No tengamos miedo a descubrir qué defectos tenemos. Casi seguro que encontraremos infinidad de hechos y dichos, incluso pensamientos, en los que prevalecen el orgullo, la vanidad, el soy mejor que los demás. Seamos valientes y demos el paso. Admitamos lo que somos. Y empecemos a cambiar para mejorar.

Como miembros de la Iglesia que fundó Cristo, estamos llamados a ser misericordiosos con los demás, creyentes o no, pecadores o santos, y a mostrarles