Somos tentados de mil maneras para que nos apartemos de la senda correcta, que es la que nos lleva a Dios. Únicamente cuando damos nuestro consentimiento para desviarnos del buen camino, obramos de manera culpable. Para volver a la ruta de la que nunca tendríamos que desviarnos, no hay otro modo que no sea el suplicar la misericordia de nuestro Padre, que siempre nos concederá el perdón.

Podemos, con los ejemplos de nuestras vidas, ser cualquier cosa menos aquello que debemos ser, que es ser semilla que nace, crece y da frutos