Para llegar a la plena unión con Dios, que se producirá tras dejar este mundo terrenal, debemos contribuir, con el esfuerzo del que seamos capaces, y con todo el amor posible, a transformar esta sociedad nuestra, para que sea capaz de vivir en la esperanza auténtica: la que nos convierte en hijos de Dios y hermanos de todos.

Vestir al desnudo, dar de comer al hambriento… El Evangelio nos insta permanentemente a amar a Dios y a los hermanos, que son criaturas suyas.