Impide, Señor Padre Nuestro, que nos consideremos los mejores. Aleja de nosotros la tentación de creernos lo suficientemente preparados y fuertes para dar lecciones y para resolver todos los problemas. Danos un poco de calma para seguir avanzando, poco a poco, en el camino de la virtud, sin atajos y sin convulsiones traumáticas. Que el deseo de hacer el bien no nos ciegue llevándonos a convertirlo en mal por causa de nuestras irresponsables prisas de autocomplacencia espiritual.

Vestir al desnudo, dar de comer al hambriento… El Evangelio nos insta permanentemente a amar a Dios y a los hermanos, que son criaturas suyas.