Los creyentes tenemos la gran dicha de poder ser los más bienaventurados de los mortales. Nuestro Dios y Señor nos ha hecho herederos suyos. Es decir, que, si somos fieles a sus mandatos, disfrutaremos de todos sus bienes. Por eso nos produce inmensa alegría cuando estamos cerca de Él y no le defraudamos, sino que vivimos fielmente, según lo que nos tiene ordenado. En esto es en lo que estaría bien que empleáramos nuestras energías, porque es lo que realmente merece la pena en esta vida terrenal.
Desde los comienzos de la historia del cristianismo se ha venido insistiendo en que el amor es el mandamiento esencial que Cristo nos ordenó practicar