
No es un héroe de leyenda. Las religiones paganas crean figuras de héroes mitológicos con rasgos parecidos a los que algunos colocan en Santiago. Son guerreros poderosos que salvan a la patria contra sus enemigos, le devuelven la prosperidad material y mezclan confusamente lo divino con el poder militar, temporal y político. Así, a veces, nos han pintado a un «Santiago matamoros».
El apóstol cristiano es justamente el «antihéroe», el reverso del triunfalismo con tintes políticos. El ministerio apostólico de Santiago es comunión con el ministerio de Jesús, con su destino de ser servidor verdadero de los hombres, incluso hasta la propia muerte. El servicio comporta no sólo humildad, sino el riesgo del sufrimiento, de la pasión y el martirio.
La figura de Santiago, a caballo y empuñando la espada es una imagen popular de la iconografía española. Es el patrón de España. Y a él le debemos, según una tradición popular, la reconquista de España para la fe cristiana, arrancando tierras y pueblos al dominio musulmán. Pero, nada más lejos de la auténtica imagen del apóstol Santiago que la imagen de la violencia. Santiago, que según otra tradición predicó la fe cristiana en nuestras tierras, comenzó ya una conquista con la espada de la Palabra, a caballo del empuje de su ardor misionero.
Santiago, junto a su hermano Juan y Simón Pedro, pertenecieron al reducido grupo de íntimos del Señor: compartieron con el Maestro momentos de soledad y coloquio, momentos de intimidad, en los que Jesús se revela a sus discípulos. Y esta experiencia le hace ser generoso en extremo: quiere expresar con su confesión de fe lo que ha gustado en la intimidad de la amistad con el Maestro. Santiago pone al servicio del Evangelio su temperamento apasionado.
El pasaje del Evangelio de hoy, nos narra una anécdota curiosa. La madre de Santiago y Juan Santiago, los hijos del Zebedeo, hace una súplica al Señor: ordena que estos hijos míos, se sientan en tu reino, uno a la derecha y otro a tu izquierda. Pero el Maestro requiere pone un condición para cumplir la recomendación: beber su propio cáliz. Esto es, sufrir por el Reino, hasta dar la vida. Y Santiago se compromete y se entrega a la causa del Reino. Amor vivido y sellado con la propia sangre. Así es la vida de Santiago, ese hijo del trueno, que todo lo hace con pasión y entrega. Pero lejos de toda violencia que suponga romper la gran consigna recibida del Maestro: Amad también a vuestros enemigos.
Santiago de Compostela, que acoge según la tradición el sepulcro del apóstol, se convierte todos los años en lugar de peregrinación. La bella ciudad gallega atrae los pasos de los peregrinos de la fe. Ante el pórtico de la gloria de la Catedral compostelana se puede contemplar, mirando la hermosura de las esculturas, la belleza de la historia de nuestra fe; y mirando hacia la plaza, admirarse ante la presencia de una fe viva, o en búsqueda, de muchos peregrinos de España y Europa.
«Camino de Santiago, ¡vereda que acerca al cielo! Santiago, hijo del trueno, un hombre apasionado por el Evangelio».
Tuit de la semana: El amor despierta la pasión. El encuentro con Cristo es una experiencia de amor. ¿Hablo apasionadamente de mi experiencia de fe?
Alfonso Crespo Hidalgo