
La salvación cristiana es universal. Todos pueden incorporarse a ella. Jesús, el Crucificado, es el signo de esta salvación. Él abre sus brazos en la cruz para abrazar a toda la humanidad. En la oferta de salvación cristiana, todas las diferencias culturales, lingüísticas, raciales, etc. no juegan papel alguno. En el Reino de Dios no hay «derecho de admisión». Sin embargo, paradójicamente, la «puerta es estrecha»
Mientras caminaba hacia Jerusalén, alguien le asalta en el camino y le lanza una pregunta desafiante: Señor, ¿son pocos los que se salvan? La respuesta es sencilla, casi una advertencia cariñosa: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Ante la pregunta, Jesús no responde con un discurso directo, sino que les hace una exhortación. Así, rechaza el derecho de salvarse por la pertenencia a un pueblo, raza, o herencia familiar. Lo que salva, para Jesús, es la respuesta a Dios en fe y en fidelidad, que son las jambas de esta puerta estrecha.
La salvación no es un derecho, sino el premio de la gracia a nuestra fidelidad. Algunos piensan que para salvarse basta con pertenecer a la Iglesia, con estar bautizado, con cumplir con las formalidades exteriores: «derecho de herencia». No ven ninguna necesidad de esfuerzo o de compromiso personal. Pero el Señor nos dice: hay últimos que serán los primeros y primeros que serán los últimos. Es una advertencia: ¡tú, que siempre has estado cerca de mí, puedes quedarte fuera del banquete final! Incluso tocar a la puerta y recibir unas duras palabras: No sé quiénes sois.
Y el Maestro parece recrearse en su enseñanza. No sólo te puedes quedar fuera, sino sentir envidia de los que están dentro: veréis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros estáis fuera… E insiste: vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios… El profeta Isaías nos describe esta gran manifestación: vendré para reunir las naciones de toda lengua… enviaré mensajeros a las costas lejanas que no oyeron mi fama ni vieron mi gloria… Y algunos comensales de toda la vida, pueden quedar fuera del banquete final. Es un serio aviso.
La Carta a los hebreos nos explica el sentido de esta advertencia del Señor, recordando la tradición familiar: Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus preferidos…
Volvamos a la exhortación primera: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha… Si las jambas de esta puerta estrecha, que nos adentra en el banquete del Señor, son la fe y la fidelidad, la credencial que nos hace cruzar su umbral es la carta de la caridad: una vida vivida como hijos de Dios, sintiéndonos hermanos. Ser hijos de Dios es un regalo, pura gracia, concedida en Jesucristo. Pero este don se hace tarea para construir una gran hermandad: la fraternidad de los hijos de Dios. Estemos atentos: Cuando todo parece fácil, quizás nos hemos equivocado de puerta… y podemos adentrarnos en el vacío.
Tuit de la semana: La fe y la fidelidad a Jesús es la puerta estrecha de la salvación. ¿Quiero entrar por ella o intento saltar por la tapia de la astucia y la comodidad?
Alfonso Crespo Hidalgo