
Los apóstoles hacen a Jesús una súplica sorprendente: ¡Auméntanos la fe! Puede extrañarnos: ¡hasta los mismo apóstoles notan que su fe es débil, que necesitan de la gracia del Maestro para sostener sus débiles esfuerzos!
La súplica viene después de que Jesús les ha reclamado que perdonen setenta veces siete. Ellos, se sienten incapaces para tal esfuerzo y recurren a quien pude aliviarlos. Y Jesús les enseña: Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morena: «arráncate de raíz y plántate en el mar» y os obedecería…
La debilidad de la fe es una constante en todos los seguidores de Jesús. Todos ansiamos tener una evidencia para creer y sin embargo Jesús es siempre un misterio que reclama la ofrenda del don de mi fe: la fe no es fruto de mi razón, sino del amor de Dios derramado en mi corazón y que le reclama como Padre.
San Pablo aconseja a Timoteo, un cristiano dese joven que ha sido consagrado presbítero por el apóstol y ha sido puesto al frente de una comunidad: Reaviva el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos, pues Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza… No te avergüences de nuestro Señor… antes bien toma parte en los padecimientos por el Evangelio. En el fondo, le pide: combate el duro combate de la fe. Los tiempos que corrían entonces eran difíciles. Dar la cara por el Señor podría suponer, supuso de hecho para muchos, el martirio. Damos la cara por alguien cuando nos fiamos de él: sólo quien fortalece su fe tiene la valentía suficiente para dar la cara por el Señor. A los cristiano de hoy nos falta valentía para dar la cara por el Señor, para testimoniar públicamente: «Soy creyente»; para proclamar que Jesús es el único Señor y su Evangelio el estilo de vida que quiero seguir.
Vivimos los cristianos de hoy como aquellos de los primeros tiempos: en las catacumbas. Pero, lo que en los primeros tiempos era una necesidad para alimentar la fe que terminó en el martirio de muchos, hoy se puede convertir en una manera de «vivir cobardemente». Hemos metido la fe en la alacena de lo privado. Creemos que ser creyente es cosa de mi interior, del diálogo privado entre Dios y yo. Y nadie tiene que enterarse… Hemos confundido lo personal con lo privado y vivimos una doble vida: en privado me siento cristiano y en público vivo como si Dios no existiera. O al menos no lo manifiesto. Pero, ¿acaso puede quedarse en lo secreto un auténtico amor?
El amor necesita proclamarse. La fe del cristiano es una cuestión de amor. Tener fe es manifestar que Jesús es el centro de nuestra vida, aceptarlo como Señor, y ello exige proclamarlo. Y sobre todo vivir a la altura del amor que de Él recibimos. Y cuando vivamos así, no reclamemos un reconocimiento explícito, un diploma de agradecimiento. Cuando vivamos cristianamente simplemente digamos: Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer… La fe es cuestión de amor. Y «amor, con amor se paga». El premio de mi fe, no es otro que gozar del amor de Dios. Dice Habacuc: El justo vivirá por su fe. ¡Y no nos hemos dado cuenta de que la fe es el mejor «seguro de vida»!
Tuit de la semana: La tibieza de la fe de los cristianos es impedimento para la nueva evangelización. ¿Cuido mi fe y pido a Dios que me la aumente?
Alfonso Crespo Hidalgo