
LO APARENTEMENTE DÉBIL PUEDE SORPRENDERNOS. Para explicarnos lo que es el Reino de Dios, Jesús nos regala hoy dos parábolas que tienen por protagonistas dos realidades casi insignificantes: una semilla que se esparce, un grano de mostaza que se siembra.
El Reino de Dios se parece a una siembra misteriosa: esparce la semilla el sembrador en la tierra; duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo… brota el tallo, la espiga, el grano, se mete la hoz y se siega. El Reino de Dios se parece también a un grano de mostaza: al sembrarla es la semilla más pequeña, pero puede crecer hasta hacerse un árbol en el que anidan los pájaros.
Los oyentes de Jesús conocían muy bien estos elementos. Ambas semillas son pequeñas, aparentemente insignificantes. Pero lo insignificante se puede hacer grande, bello y útil. Y esto sucede por el dinamismo de la misma semilla y la tierra que la acoge, que les posibilita el alimento necesario para desarrollarse. La semilla es la Palabra de Dios que cae y su fuerza se esconde en su mismo origen divino. La tierra es como un «vientre materno» que hace surgir la vida: la tierra, aparentemente quieta, esconde vitalidad, hace germinar y crecer las semillas, dando fruto.
Cada uno de nosotros, somos de alguna manera la tierra donde Dios ha depositado la semilla que es su Palabra, aparentemente débil, como un grano de trigo o de mostaza. Sin embargo, la gracia de Dios genera una vitalidad oculta que puede germinar sorprendentemente, pero necesita que la tierra que la recibe, mi propio corazón, quiera acogerla y regarla con mi disposición y trabajo.
Estas dos parábolas, que cantan lo aparentemente débil e insignificante, son una invitación a alentar nuestra confianza en Dios, aunque a veces caminemos entre brumas y sintamos con dolor su aparente ausencia. Nos cuesta creer que Dios pueda hacer su obra con nuestra fragilidad e impotencia. La Palabra acogida tiene una fuerza eficaz: transforma la vida de cada ser humano y cambia el rumbo de su destino.
Estas parábolas son también un elogio de los sencillos de corazón, que viven su fe calladamente, saben cuidar y acompañar a los suyos, a los enfermos, a los niños, a los que sufren… Y lo hacen con esa paciencia que nos enseña la dinámica de la semilla: no podemos adelantar el fruto sino simplemente acompasar el tiempo.
También el profeta Ezequiel preconizó que el Reino de Dios se parece a una tierna rama de cedro que se planta y que luego germinará en un hermoso árbol. Es una antesala de estas parábolas. Pero para ver los frutos se necesita la paciencia del agricultor. Por ello, san Pablo nos invita a vivir con buen ánimo: somos caminantes en fe, aunque todavía no veamos.