
Los grandes acontecimientos tienen una influencia prolongada en la historia. Sobre todo si son acontecimientos que tocan las fibras más profundas del ser humano. Popularmente decimos: todos los santos tienen octava… La fiesta se alarga.
Los cristianos hemos vivido el gran acontecimiento de la Pascua: Cristo, muerto por la injusticia del pecado, hecho en el que todos hemos participado, es resucitado por el poder de Dios y restaurada la vida de nuevo, liberando al hombre de la esclavitud de la muerte. La Pascua es el gran acontecimiento de nuestra fe. Es el único acontecimiento que merece dividir la historia en antes y después.
Con el eco de la noche luminosa de Pascua, aún vivo en nuestro corazón, asistimos a los primeros momentos de la nueva vida del Resucitado: se aparece a sus discípulos y los llena de alegría. Y leemos la crónica de los primeros pasos de la Comunidad primitiva: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía; daban testimonio de la resurrección con mucho valor.
Los efectos de esta gran noticia comienzan a notarse. Son tres, los que nos narran las lecturas de hoy: primero, la «caridad», amor solidario de la comunidad de seguidores de Jesús; segundo la «alegría» de los discípulos, como fruto de la esperanza restaurada, y tercero el valor para «ser testigos» del Resucitado.
La primera Comunidad cristiana, casi todos espectadores de la Muerte y privilegiados testigos de la Resurrección del Señor, son personas que viven en la «caridad», compartiendo sus bienes: expresan así, el supremo signo del cristianismo, el amor a Dios y al hermano, con gestos de solidaridad concreta. Los primeros discípulos recobran también uno de los bienes más escasos del hombre moderno: la «alegría», el tono vital, las ganas de vivir, como efecto de su encuentro con el Señor Resucitado. La muerte y la tristeza han sido sepultadas y florece por doquier la alegría y la esperanza. Por ello, este amor y esta alegría pascual, convierten a los primeros discípulos en «testigos valerosos y primeros misioneros» de la Buena Noticia de la Pascua. Valentía que les llevará hasta a dar la vida por el Reino de Dios.
La Resurrección es para el hombre moderno un antídoto contra la enfermedad de moda, la depresión. La Resurrección nos devuelve las ganas de vivir, nos empuja al amor solidario, nos reviste de un tono vital de alegría y nos da ánimos para comunicar la Buena Noticia.
La Resurrección nos renueva el alma, pero también -y por qué no decirlo en alto- reviste de sentido cualquier sufrimiento o enfermedad, porque proclama: la muerte ha sido vencida.