«Se llenaron de alegría al ver al Señor». Esta fue la reacción de los discípulos al mostrarle Jesús las llagas de las manos y del costado. Los grandes acontecimientos tienen una influencia prolongada en la historia humana. Sobre todo, si son acontecimientos que tocan las fibras más profundas del ser humano. Los cristianos hemos vivido el gran acontecimiento de la Pascua: Cristo, muerto por la injusticia del pecado, es resucitado por el poder de Dios y restaurada la vida de nuevo, liberando al hombre de la esclavitud de la muerte. La Pascua es el gran acontecimiento de nuestra fe, el único acontecimiento que merece dividir la historia en «antes y después de Cristo».
Con el eco de la noche luminosa de Pascua aún vivo en nuestro corazón, asistimos a los primeros momentos de la nueva vida del Resucitado: al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Los discípulos se llenaron de alegría.
Pero alguien había faltado a la cita: Tomás, uno de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros le anuncian: Hemos visto al Señor. Su orgullo se revuelve: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y meto la mano en su costado, no lo creo. El discípulo lanza un órdago a su Maestro: si no te apareces a mí, no creo… no me fío de la credulidad de estos.
Y el Maestro de la humildad, recoge el guante: A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús estando las puertas cerradas, se puso en medio y dijo: Paz a vosotros. Mirando fijamente a Tomás, que bajo sus ojos, le dijo: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado… Y dándole una palmada amiga en las espaldas, le susurra: Y no seas incrédulo sino creyente. Tomás se derrumba y confiesa: Señor mío y Dios mío… El Maestro le advierte: Porque has visto has creído… Y, mirando el futuro, profetiza: dichosos los que crean sin haber visto. En este «Domingo de la misericordia», la gran misericordia del Resucitado es mostrarnos sus llagas.
El libro de los Hechos de los Apóstoles, nos describe la vida de la primera comunidad: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía; daban testimonio de la resurrección con mucho valor. Los efectos de la Resurrección comienzan a notarse. Son especialmente tres: la «caridad», amor solidario de la comunidad de seguidores de Jesús; la «alegría» de los discípulos, como fruto de la esperanza restaurada; y el «valor» para ser testigos misioneros del Resucitado.
Tuit de la semana: Como Tomás, queremos «tocar para creer». ¿Quiero meter mi mano en las llagas o recibir la bienaventuranza: «dichosos los que sin ver crean»?
Alfonso Crespo Hidalgo