
El Evangelio de hoy nos narra un milagro, dentro de otro milagro. Al milagro de la resurrección de una niña, hija de Jairo, el jefe de la sinagoga, se le intercala otro milagro lleno de sencillez: la curación de una anciana que sufría continuas hemorragias.
Nos vamos a detener en el milagro de la sencillez de aquella mujer: Jesús es llevado entre la multitud, y entre tanto apretón pregunta: ¿Quién me ha tocado el manto? Jesús recrimina a aquella muchedumbre que le sigue y le aprieta en un afán de escucharle y quizás de asistir a alguno de sus famosos milagros.
Los discípulos le explican: ves como te apretuja la gente y preguntas quién me ha tocado. Pero Él seguía mirando a su alrededor, y la mujer se vio identificada por la mirada penetrante de los ojos del Maestro y lo confesó todo: enferma desde hace tiempo, se acerca al Señor de la vida para “arrancarle un milagro de salud”.
Es la fe de aquella sencilla mujer, que no se atreve a hablar con el Maestro y que se contenta con tocar el manto, la que desencadena aquel milagro de la curación. Y el Maestro, mirándola con amor, les dijo: Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.
Es la fe de la anciana la que desencadena el milagro; y es la fe de Jairo, la que también desencadena el milagro de la resurrección de su hija. Cuando la muerte parece cerrar toda esperanza: Deja tranquilo al Maestro, tu hija ha muerto, le dicen sus criados, la fe de Jairo abre la puerta a lo imposible. Jesús dice al padre desolado: No temas, basta que tengas fe.
Y se desencadena el milagro: El Maestro va a la casa, recrimina la falta de fe de los convecinos, y alabando la fe de Jairo, se dirige a la niña, que tenía doce años, y le susurra: ¡Levántate! Y tomándola de la mano, la levantó y se puso a caminar.
Pero cada milagro es una enseñanza del Maestro. La fe provoca milagros; y los milagros se convierten en enseñanzas del Maestro. Jesús, resucitando a aquella niña, quiere demostrar que “a la fuerza de la muerte, tan sólo le puede vencer el poder de la vida”. Y la vida auténtica fluye de la fe en Dios. Un Dios que en Jesucristo se nos ha manifestado como “camino, verdad y vida”.
La vida comienza cuando cada hombre se siente criatura en manos de Dios. Entonces el horizonte de la muerte se derrumba con la esperanza de una vida eterna, de una resurrección prometida y asegurada en la victoria sobre la misma muerte de Cristo resucitado.
El milagro de hoy, donde Jesús “levanta del sueño de la muerte” a una niña, un adelanto de la resurrección a la que todos estamos invitados. “La fe hace milagros”, dice nuestro refrán. Hoy podemos precisar: “la fe genera una vida que salta hasta la eternidad”.